Opinión
Alejo Carpentier y Valmont
Siempre se había creído que había nacido en La Habana el 26 de diciembre de 1904, pero tras el hallazgo de su partida de nacimiento se ha constatado que nació en Lausanne (Suiza), desde donde su familia se trasladó dos años después a Cuba. Periodista y musicólogo, se sintió atraído por el movimiento literario y artístico definido en 1924 por André Breton en su obra Manifiesto surrealista, que predicaba la renovación de todos los valores culturales, morales y científicos por medio de un mecanismo conocido como automatismo psíquico y había tenido focos como el movimiento «dadaísta», fundado en Zurich en 1916, movido por idéntica tendencia destructora.
Carpentier era hijo de un arquitecto francés y de una profesora de idiomas de origen ruso. Vivió en París desde 1926, donde publicó su primera novela «¡Écue-Yamba-Ó!» (1933), estampas afrocubanas que narran la vida del negro cubano Menegildo Cue a principios del siglo XX. Como periodista participó en distintos congresos de escritores como el de México, donde conoció a Diego Rivera, con quien mantuvo una larga y fecunda amistad. Después de la etapa parisina se trasladó a España.
En 1943 sintió la llamada de lo americano y efectuó viajes por Haití –resultado del cual publicó en México «El reino de este mundo» en 1949–, Venezuela, Alto Orinoco, Gran Sabana para, finalmente, regresar a Cuba en 1959 y colaborar culturalmente con la revolución de Fidel Castro. Todo fenómeno histórico que se constituye en «tema del día» es difícil de reducir a comprensión y si, además, se trata de un tema revolucionario entendido en latitudes de reivindicaciones de un movimiento con datos debidamente sometidos a una crítica previa imprescindible, es cuando la dificultad de ideas puede constituirse en insuperable. El doctor Fidel Castro era una personalidad enormemente atractiva socialmente, pero políticamente inmerso en los dos sectores del mundo representados por «Occidente» y «Oriente» como únicas posibilidades de discernimiento.
Alejo Carpentier, en su persona y estética, es el prototipo del intelectual «latinoamericano», un injerto aclimatado al medio, pero culturalmente híbrido, es decir, mixto. Inició estudios de medicina en Suiza, creó un ambiente escéptico guiado por la estrella de Anatole France, bajo influencia paterna, tendiendo al diseño intelectual arquitectónico, pero los acontecimientos le lanzaron al periodismo desde el cual se enfrentó a la dictadura de Machado, como jefe de redacción de la Revista «Carteles». Ingresó en la cárcel por la firma de un manifiesto contra Machado, premonitorio de la revolución castrista. Huye a Francia con documentos del poeta francés Robert Desnos, y es recibido como un héroe, produciéndose su conexión con el movimiento surrealista, que gira entre lo primitivo y lo inconsciente. Se desplegó en París en múltiples actividades, impulsando expediciones arqueológicas América, colaborando activamente en la Revista «Revolution Surrealiste», que cumple estrictamente el precepto de Bretón: «sólo lo maravilloso es bello». Es cultivador del realismo mágico, donde todo es desmesurado: montañas y cascadas, acuíferos gigantescos, llanuras infinitas; una anarquía urbana que lanza tentáculos tierra adentro.
Lo antiguo se empuja con lo moderno y, así, todo: lo indígena con lo español, lo arcaico con lo futurista, lo tecnológico con lo feudal, lo inicial primitivo con lo utópico y los rascacielos junto a mercados indígenas, en el modelo de Chichicastenango. En definitiva, un mundo cuya devoradora presencia ofusca la mente humana y rompe su inteligencia y su imaginación, es decir, oscila entre distintos tiempos; solo hay que dejarse llevar por el péndulo o navegar entre dos puntos, que es el viaje interminable donde no existe distancia, ni por consiguiente aproximación: futuro pasado, o adelantarse, dejando atrás; detención, pues, en el presente. Ha navegado entre dos mundos, pero las personas necesitan la perspectiva de la distancia para reconocerse.
La novela hispanoamericana, cuando Carpentier comenzó a escribir, era poco más que escenografía, visión maniquea; luego una fase pintoresquista; tenía otras dimensiones. Carpentier recorrido América de punta a punta, pero bajo el miedo de verse excluido de la realidad. Tratar de vencer ese temor es lo que ha impulsado su obra: un esfuerzo permanente por penetrar lo oculto. Su obra literaria reúne títulos de gran calado y trascendencia para la literatura hispanoamericana, como fueron «Los pasos perdidos» (1953), inspirada en la geografía venezolana, «El siglo de las luces» (1958). En Barcelona se editan a partir de 1972 «El derecho de asilo», «Concierto barroco» y «El recurso del método». En 1978 recibió la más alta distinto literario española, el Premio Cervantes. Después vendrían «La consagración de la primavera» y «El arpa y la sombra» en 1979. Murió en París el 24 de abril de 1980.
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