Animales
«Tiger King»: Animales en cautividad: paletos, armas y poligamia
Hace cuatro años, Eric Goode se topó con un dato chocante: hay más tigres y grandes felinos en cautividad en EE UU que en todo el resto del mundo en libertad. A lo largo del país proliferan los parques de animales salvajes convertidos en atracción turística. Generan miles de dólares con visitantes que ansían revolcarse con un cachorro de tigre, sacarse fotografías, darle el biberón. Parece Disneylandia, pero la majadería y miseria moral que encierran las puertas de algunos de estos centros y que retrata Goode en el documental «Tiger King» que acaba de estrenar Netflix, hacen pasar a Ángel Cristo por ingeniero aeronáutico.
Abrimos la verja de estos parques y entramos en la dimensión aumentada del delirio. Paletos armados, polígamos (hetero y homosexuales), sospechosos de asesinato, desdentados y trastornados en general protagonizan uno de los documentales más alucinantes de los últimos tiempos. La historia gira en torno a tres propietarios de estos lugares cuya indigencia intelectual hace que, cuando uno toma partido durante un segundo por el que se aparece como el «bueno» de la historia, ese personaje despliega ante nosotros una nueva exhibición de idiotez completamente adictiva. En la trama, por supuesto, hay amputaciones de miembros de cuidadores por los animales cautivos, narcotraficantes, estafadores y sheriffs del condado. Y uno solo piensa que los cuadrúpedos no merecen estar ahí... y al final sí se hace justicia: algún humano acaba detrás de los barrotes.
Pero el problema es grande: solo el 6 por ciento de los 5.000 tigres que viven en EE UU están en un zoológico. El resto están en manos privadas, confundidos con mascotas. En 2011, en Zanesville (Ohio) se escaparon de la casa de un profesor retirado 18 tigres, 17 leones, 8 osos, tres pumas, dos lobos, un babuino y un macaco y todos fueron abatidos por la policía. El dueño del zoo se suicidó después. Según WWF, en muchos estados del país no es necesario ni siquiera informar de la posesión de un animal salvaje a las autoridades. En la cúspide de su megalomanía, el narcotraficante Pablo Escobar se llevó cuatro hipopótamos a su ranchito en Colombia. Le resultaban graciosos y, al fin y al cabo, un arroyo atravesaba su humilde hacienda. Hoy, 80 animales ponen en peligro el ecosistema amazónico local. Estos días están sucediendo cosas raras, ya lo habrán visto. Nos han metido a los humanos en nuestras jaulas y los delfines lo gozan en los canales de Venecia, las tortugas desovan en la playa desierta de Copacabana y los jabalíes cruzan la Avenida Meridiana. Hay quien jura truchas remontando el Manzanares. Porque no faltan las bromas. Uno cuelga una foto de Bora-Bora y dice: «Qué bonito está Barakaldo». Otro le pone un pie de foto a una imagen de los Alpes: «¡Qué verde era mi Vallecas!» y así todo el mundo con sus polígonos y suburbios. Cachondeos al margen, la naturaleza nos está agradeciendo que nos quedemos quietecitos. En China, por ejemplo, se ha prohibido el consumo de animales salvajes. Porque luego pasa lo que pasa.
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