Opinión

Escila y Caribdis

Estos días, semanas, tal vez meses de confinamiento a algunos les puede haber parecido como un secuestro de sus vidas. Fue nuestra clase médica, fueron los expertos los que aconsejaron al gobierno el confinamiento actual. Todos recluidos en nuestras casas, aunque también hay gente que ha quedado varada en algún lugar del planeta y allí sigue, sin poder regresar. En las casas muchos sobrevivimos a base de un inusitado consumo cultural: libros, películas, series de televisión, juegos. Tantas horas diarias sin poder salir pueden ser una oportunidad excepcional para aprender cosas para las cuales nunca se tuvo tiempo: jugar al ajedrez, hacer punto de cruz, cocinar, aprender un idioma… No todo puede ni debe concentrarse en descanso simplemente porque es inesperado, es preciso un mínimo de disciplina y planificación. También somos conscientes del desamparo en que ese confinamiento está reduciendo a muchas familias con pocos medios, poco espacio, pocos recursos en definitiva para sobrevivir y no desesperarse. Las injusticias sociales siempre asoman su rostro de dolor cuando las necesidades aprietan. Como secuestro, yo hubiera preferido quedar recluido en medio de un bosque, entre árboles y flores. El confinamiento entre las cuatro paredes de un piso de ciudad te fuerza a la vida mental, porque la vida física ha quedado paralizada. Aquellos bares y restaurantes a los que hace apenas tres meses no dábamos importancia ahora se han convertido en motivo de añoranza, de nostalgia y de inquietud. ¿Podrán recuperarse a la vuelta? Nos hacemos preguntas y más preguntas porque la vida se ha convertido en un puro interrogante. ¿Sobreviviremos al virus?

Entiendo que haya quien tenga necesidad incluso de pedirle al vecino que le preste un rato a su perro para poder salir a la calle sin un motivo acuciante. Con el tiempo conoceremos con más profundidad cómo ha resultado la experiencia en los enfermos que han logrado superar el virus. Habrá de todo, claro. Pero nada sabremos de la experiencia de quienes habrán muerto en las condiciones actuales, es decir en la mayor soledad. Tan solo la mano generosa que pueda tender una médica, un enfermero. Se muere siempre solo, desde luego. Frente al nacimiento, donde necesariamente concurren madre e hijo, la muerte es una experiencia solitaria y al ser irreversible toda la literatura que ha generado es puramente especulativa. La situación actual solo tiene comparación con la de los primeros años noventa y los enfermos de SIDA. Aquello fue mucho peor por el clima de pánico generalizado. En los primeros años de la enfermedad los diagnosticados vivían y morían como apestados. Por un momento aquello pareció una situación insalvable que entenebreció para siempre la alegre vida sexual de los años setenta y ochenta. Salimos de aquella experiencia siendo distintos como sociedad. Nuestras costumbres y nuestra forma de divertirnos cambió. Cayó un velo sobre la frescura anterior.

Me temo que el inicio del secuestro fue más rápido de lo que resultará la liberación. Por ahora todavía es una incógnita. Científicos de todo el mundo, de muchos países luchan a tiempo completo por una vacuna o, al menos, por un remedio eficaz. como ocurrió con el SiDA, ahora una mera enfermedad crónica. Nadie duda de que aparecerá la vacuna salvadora pero ello no es obstáculo para pensar de nuevo en la importancia de la sanidad pública, salvajemente maltratada antes y después de la crisis de 2008. Ahorrar en sanidad, en educación, en investigación, en tecnología no es una buena idea. Como dice el refrán es pan para hoy, pero hambre para mañana. La pandemia está poniendo a prueba las estructuras sociales y sanitarias de todos los países. Ahora no podemos evitar que fallezca gente que se ha contagiado, pero de esta experiencia aprenderemos. Yo diría que estamos aprendiendo mucho. El ser humano es voluntad, sostenía Schopenhauer, puro deseo. Esa voluntad que nos mantiene como individuos ante el hecho de vivir requiere un esfuerzo de tal magnitud que fácilmente podemos caer en el tedio, en el vacío de no hacer lo que requiera tanto sufrimiento. En definitiva, podemos caer, y caemos, en el aburrimiento entendido como vacío. De ahí que la existencia humana sea un continuo movimiento pendular, para el filósofo alemán entre la Escila del dolor y la Caribdis del tedio. Vamos de uno a otro. Ahora nuestra voluntad debe centrarse en combatir el tedio, ese vacío filosófico que nos conduce a un cese de la voluntad. Como puede cesar un cargo político o un negocio boyante. Nuestra voluntad de vivir vuelve a creer en las utopías. Pasó el tiempo de las distopías en las que el cine y la literatura se han complacido enormemente. Ahora, nueva Escila y Caribdis, las distopías están dejando paso a nuevas utopías, ensueños de futuro más verdes, menos corruptos, más equitativos entre hombres y mujeres, más justos, menos consumistas, más sabios interiormente. Confinados, aunque no inútilmente, tal vez florezcamos a un gran cambio interior. Superaremos las soledades si tenemos suficiente imaginación para vencer también al miedo que ahora ciñe nuestras sienes.