Coronavirus

La ciudad de la Nueva Normalidad

Yo, cada vez que Sánchez nos habla de “alcanzar la nueva normalidad”, me lo imagino fundando nuevas ciudades como otros inauguraban pantanos

A mí, el orwelliano concepto de “Nueva Normalidad” que Sánchez quiere introducir en nuestro vocabulario me sabe un poco al “Nuevo amanecer” de un conocidísimo robot de cocina, con un toque de Palmar de Troya y trazas de cacachuete. Como si alguien le hubiese cogido el gustito a algo, que diría Gila. A la patente de corso, por ejemplo, que le ha caído encima con la declaración del Estado de Alarma y a la que parece querer agarrarse como lo haría un suicida arrepentido, pendiendo de una soga, al borde de su taburete tambaleante: hasta con las uñas de los pies.

Yo, cada vez que Sánchez nos habla de “alcanzar la nueva normalidad”, me lo imagino fundando nuevas ciudades como otros inauguraban pantanos. Ciudades en las que se harán las cosas bien o no se harán. Y, como soy una peliculera, ya lo he visualizado a lo Henry Ford, convirtiendo España entera en Sanchezlandia.

Cuando en los años 20, os cuento, el magnate estadounidense tenía a la Ford Motor Company triunfando en la industria automovilística, tuvo la idea de comprar miles de hectáreas en Brasil para establecer allí una plantación de caucho que autoabasteciera a sus fábricas en EEUU -para la fabricación de los neumáticos era necesario el caucho- y poder prescindir de Gran Bretaña como proveedor, que en ese momento tenía prácticamente el monopolio al cultivarse en sus colonias.

Así fue como Ford, en medio de la selva brasileña y junto al Amazonas, reprodujo una ciudad del medio oeste americano para que se instalasen allí los trabajadores de las plantaciones y sus familias. Con su escuela, su piscina, su golf, su hospital, su cine, sus tiendas y sus granjas. Su todo. Los habitantes de Fordland disfrutaban de asistencia sanitaria gratuita, una jornada laboral de ocho horas, transporte público, salario mínimo por encima de la media de la época. Una maravilla, Fordlandia. La nueva normalidad de los nuevos forlandeses (¿forlandianos? ¿fordlanditas? ¿cuál será el gentilicio?) era idílica. Pero Henry Ford, como si de un hikikomori enganchado a Los Sims se tratara, quiso hacer de aquella microsociedad un lugar mejor y, poco a poco, empezó a incorporar reglas y medidas en base a su especial sensibilidad y su “porque me da la gana”. Primero fueron normas de convivencia, que comenzaron a ser cada vez más estrictas y exigentes. Luego fueron reglas morales, o la obligación de llevar determinada dieta, un vestuario concreto e, incluso, la prohibición del alcohol y la prostitución. Lo que viene siendo una deriva totalitaria y descontrolada de alguien con mucho poder y poca autocrítica, que confundió su particular idea del bien con la idea suprema del bien.

Sanchezlandia, digo Fordland, fue dejando de ser un lugar ideal para convertirse de facto en un microestado totalitario. Y es que se empieza intentando controlar la información con el noble fin de proteger de los bulos a la población, no vaya a ser que les dé un estrés social, y a la que se da cuenta uno está insinuando que podría prorrogar el estado de alarma sin someterse a la autorización del Congreso, ignorando o despreciando -no sé qué es peor- absolutamente nuestra propia Constitución, haciendo pasar lo que es imperativo legal por prueba de su buena voluntad para alcanzar un acuerdo con la oposición. Por poner un ejemplo ilustrativo al azar, digo.

La historia no termina bien, aviso. La brutalista partida de simulación del empresario norteamericano, posiblemente la más cara de la historia, acabó en desastre por acumulación de inconvenientes: desde la aparición del caucho sintético que desbancó al natural, a la sublevación del pueblo en diversas ocasiones, plagas, enfermedades endémicas o desconocimientos de agricultura y administración que hacían extremadamente dificultoso el normal devenir de la nueva normalidad. Qué paradoja. La nueva normalidad era absolutamente anormal. Pero, ¿qué se podía esperar del sueño faraónico del hombre que pensaba que “todo cliente puede tener el coche del color que quiera siempre y cuando sea de color negro”? Pues que tratase de conseguir que todo el mundo tuviese un coche de color negro porque quiere tener, precisamente, un coche de color negro. Y no de otro color.

La nueva normalidad es el coche negro de Henry Ford: todos podemos tener la normalidad que queramos siempre y cuando esa normalidad sea la nueva normalidad.