Opinión

Dudas inquietantes

Los tiempos inquietantes a los que alude reiteradamente nuestro Presidente de Gobierno, cambios de comportamiento y hasta de vida, no son sólo fruto de la irrupción de un virus. Nacen de lo más hondo de una sociedad que ya se mostraba insatisfecha y dolorida mientras convivía, indiferente, con la pobreza creciente, mostrando pocos reparos a la hora de aceptar el abismo de las clases sociales que, como un Mar Rojo que no lleva a ninguna parte, divide la sociedad entre quienes pueden acceder a los bienes de consumo y los que no. En paralelo a esta situación, tan vieja como el mundo, las onegés y el voluntariado emergente hacen en lo posible de colchón a ese desvalimiento en el que se halla buena parte de nuestro mundo. Pero la insatisfacción estaba ahí, lleva ahí en lo más profundo de la sociedad, latente, mucho tiempo. La distribución de la riqueza no va por buen camino, pero tampoco van por buen camino los ideales éticos que deberían sustentarla. Un autor de referencia, E.M. Cioran, escribía en «El libro de las quimeras», en 1996, que «sólo el sufrimiento cambia al hombre. Todas las otras experiencias y fenómenos no consiguen modificar esencialmente el temperamento de nadie, ni profundizar en algunas de sus actitudes hasta transformarlas de arriba abajo». En una biografía reciente de Concepción Arenal leí que también ella consideraba el sufrimiento como el elemento verdaderamente transformador del individuo, porque es el único capaz de sacudir las estructuras más íntimas. Claro que Cioran escribe reconociendo asimismo que es un escéptico para quien en este mundo nunca se resuelve nada.

Y es posible que esta sea la mejor forma de conjurar la melancolía que inevitablemente nos despierta pensar que la mejora del mundo es posible. En todo caso, ahora el sufrimiento, como sociedad, es un hecho científico y demostrable que se ha extendido a todo el planeta, con mayor o menor intensidad, generando a su vez un sentimiento igualmente extendido de vivir una experiencia común y extraordinaria. Un sentimiento tan intenso que desborda las fronteras habituales ubicándonos en un territorio desconocido: el de tener que pensar en el futuro de una forma hasta ahora inédita. Eso me parece el lado más positivo de todo lo que nos está pasando: la oportunidad que nos ofrece para pensar qué queremos, adónde vamos. Para Ortega, siempre crítico con España a la que al mismo tiempo amaba con pasión, sostenía que los españoles hemos vivido siempre a la buena de Dios, alegres o tristes pero pendientes de la hora que pasa, sin un proyecto vital, uno de sus conceptos preferidos. El ser humano sin proyecto, en efecto, se encuentra perdido en el mundo y se pierde. Se pierden los individuos y se pierden las sociedades.

Ortega, tan positivo siempre, no incorpora el sufrimiento como hecho estructural, como sí hacen Arenal o Cioran, con mochilas más cargadas a sus espaldas. El rumano (del que, por cierto, acaban de publicarse sus magníficos «Diarios» en Tusquets) concluye que «un hombre que tiene la maldición y el inagotable privilegio de poder sufrir permanentemente, puede prescindir durante el resto de su vida de libros, de hombres, de ideas y de cualquier tipo de información». Maldición y privilegio al mismo tiempo, lo cierto es que la reflexión que propone parece inagotable. Porque resulta una experiencia tan abrumadora que por sí sola le basta al individuo como proyecto de vida. Puesta a trabajar esta idea a nuestro propósito, superar el sufrimiento en el que nos hallamos inmersos –y el Covid-19 ha actuado, insisto, solo como desencadenante–, nos fuerza pensar reactivamente. De seguir a Cioran podríamos interpretarlo como que nos hundiremos en nuestras covachuelas, incapaces de atender a nada más. No más vida de libros, ni de amistades, ni de relaciones, ni de ideas. Pero esto es solo una manera de verlo, claro. Porque lo que se plantea en esta cita es que nadie sale de la experiencia del sufrimiento como entró. Y como sociedad tampoco debemos hacerlo. Las lecciones del Covid-19 son muchas y como se viene sosteniendo en estos artículos, algunas de ellas son una verdadera oportunidad para la transformación positiva.

La energía concentrada en los humanos es excepcional. No necesitamos recurrir a las fantasías épicas de los superhéroes para saber que lo somos, lo podemos ser cuando nos vemos en el fondo de un pozo. Como especie hemos vivido tantos cambios, tantas transformaciones que estamos obligados a ubicar esta como una nueva posibilidad de cambio. Me permito señalar tres ejes para el cambio: la necesidad de considerar a los jóvenes como el sector más frágil de la población y tomar muy en serio su legítimo derecho a un futuro digno; conseguir que el trabajo sea lo que debe ser: la herramienta que nos permite la cohesión social y, por último, trabajar en favor de la convivencia y para ello el fomento de la cultura es imprescindible. No sé si a Ortega el plan le parecería bien, pero, en todo caso, constituiría un renovador proyecto vital y hasta global.