Opinión

Perroflauta

Corrían las 12 del mediodía del 4 de abril de 2013 cuando un amigo del sector sanitario me avisaba de que por la tarde la Plataforma de Afectados por la Hipoteca me iba a hacer un escrache en mi domicilio, imagino que con la participación de algún liberado del hospital en el que trabajaba. En la protesta participaron más de un centenar de personas, dijo la prensa, lideradas por Verstrynge y un dirigente de Podemos que más adelante pasó a ser concejal de Carmena, cuyo nombre no digo porque nunca dio la cara. A gritos de «si se puede, hay una diputada que puede decidir», en aquel entonces era parlamentaria del Partido Popular, empapelaron la fachada del edificio en el que vivimos 38 vecinos a los que no se les permitió, durante una hora, la entrada ni salida del inmueble. No vivía en ningún chalet apartado que tuviera una garita de la Guardia Civil ni las fuerzas de seguridad cortaron la vía pública. Tampoco formaba parte de ningún gobierno con mando único que tuviera en su haber la peor gestión de una crisis sanitaria, económica y social además de la merma de los derechos fundamentales de los ciudadanos. Mi escrache fue uno más de tantos que se hicieron a políticos del Partido Popular. Señalaron nuestras viviendas y acosaron nuestro entorno familiar para coaccionar nuestra libertad de voto. Ningún partido de la izquierda condenó esos actos y por supuesto nunca amenazamos a ningún dirigente o partido político. Un juez sentenció que era un mecanismo ordinario de participación democrática de la sociedad civil y la expresión del pluralismo de los ciudadanos. Fallo discutible alabado por el vicepresidente segundo Pablo Iglesias, que ahora como víctima ya no ve el escrache como un mecanismo democrático. Moraleja: aunque el perroflauta viva en un chalet y se vista de ZARA sigue siendo un perroflauta.