Opinión

Padre Nicolás

El sábado 23 de mayo tuvieron lugar en la iglesia romana del Gesú los funerales por el padre Adolfo Nicolás trigésimo sucesor de San Ignacio de Loyola en la Compañía de Jesús.

El Padre Nicolás falleció en Tokio donde había llegado muy joven y donde pasó casi la mitad de su vida; su identificación con la lengua y la cultura japonesas que conocía a fondo no le hizo perder sin embargo su idiosincrasia castellana (había nacido en el palentino pueblo de Villamuriel de Cerrato) que se traducía hasta tal punto en su modo de ser que podría comparársele con uno de los personajes de Miguel Delibes.

Jesuita cabal absorbió en su persona la espiritualidad de Ignacio y el impulso misionero de Francisco Javier. Con apenas veinte años sus superiores le destinaron a Japón donde antes que él había vivido Pedro Arrupe uno de sus predecesores en el Generalato de la Compañía de Jesús; allí alternó la enseñanza de la Teología con una labor social de atención a los emigrantes filipinos y de otros países asiáticos. Durante más de una década tuvo la responsabilidad de ocuparse de todos los jesuitas que vivían en Asia oriental y Oceanía. En una entrevista que me concedió hace años no dudó en afirmar que el futuro del cristianismo se iba a jugar en esos dos continentes y que la Iglesia tendría mucho que aprender de las ancestrales sabidurías de Oriente.

El Padre Adolfo –sus compañeros japoneses le llamaban sólo Nico– dirigió la Compañía de Jesús ocho difíciles años; lo hizo con pulso firme pero sin forzar nunca la mano ni perder nunca la calma, el sentido común y una sutil ironía que afloraba a sus labios con una sonrisa a poco decir inteligente.