Opinión

Lenguaje inclusivo

Me dicen ahora que no deberíamos hablar del Covid-19 sino, estrictamente, de «la» Covid-19. Las razones que me aducen son que el nombre se refiere a la enfermedad y no al virus. Se añade que, por cuestiones de traducción, deberíamos añadirle una vocal «e» al principio, pero no sé si todo eso redundaría más en oscuridad que en otra cosa. Soy un total ignorante en detalles sanitarios y más en todo lo tocante a traducciones de la literatura médica. Pero soy muy respetuoso con las razones lingüísticas y, si me lo demuestran con argumentos convincentes, me da absolutamente lo mismo llamarlo «el» que «la». Ahora bien, cuando surgen este tipo de disputas onomásticas, siempre recuerdo como los jóvenes artistas que empezamos en 1977 nos llamábamos a nosotros mismos «nueva ola». Pero alguien ajeno a nosotros empezó a llamarnos «La Movida» y el nombre hizo fortuna. A nosotros nos parecía una denominación perfectamente horrorosa, pero es imposible ir contra la población cuando decide llamar a una cosa de una manera. Así que, con buen juicio, un día Germán Coppini de «Golpes Bajos» dijo: «de alguna manera habrá que llamarlo ¿no?» y todos aceptamos la designación que se había hecho popular y olvidamos el asunto.

Ahora las cosas se han complicado mucho más. Yo estaría encantado de llamar al coronavirus la Covid-19. Eso me permitiría tener contentas a mis amigas feministas más radicales. No podrían decirme entonces que no practico el lenguaje inclusivo que tanto me exigen y cuya indiferencia en mi escritura interpretan como machismo recalcitrante. Pero cabe también imaginar, y no sé si han caído en ello, que alguien podría dar en pensar que ese cambio es una vejación para el género femenino, en la medida que designa una enfermedad mortal con su género gramatical, atribuyendo una vez más todo lo letal, pérfido, oculto e insidioso a las mujeres, como siempre había hecho históricamente el machismo más tópico, estereotipado y romanticón. Qué tiempos tan difíciles para el lenguaje. Al final, uno termina pensando que te acusarán de lo que deseen acusarte, hagas lo que hagas. O sea, querer reducirte a un estereotipo con patas. Exactamente igual a lo que hacía el viejo machismo.