Opinión
Mutuos favores
Hace unos días el ex Nuncio Apostólico en Washington hizo pública una carta que resultaba un panegírico incondicional del Presidente Donald Trump. En ella Monseñor Carlo María Viganó afirmaba que por primera vez en su historia los Estados Unidos de América tenían al frente un presidente valiente defensor de la vida, que habla de Jesucristo y denuncia la persecución de los cristianos.
Casi a vuelta de correo –virtual por supuesto– el inquilino de la Casa Blanca afirmaba sentirse muy honrado por la carta del Arzobispo calificándola de «increíble» y recomendando a todos, religiosos o no, que la lean y la difundan.
Este intercambio epistolar se producía cuando las protestas y manifestaciones populares contra el racismo se multiplicaban en el gran país americano y cuando una mayoría de los obispos católicos y de otras iglesias cristianas han descalificado la actitud presidencial considerándola insultante para la población afroamericana.
Por su parte el Papa Francisco ha sido muy claro al calificar como «pecado» el racismo y afirmaba esos mismos días que «no podemos tolerar ni cerrar los ojos ante cualquier tipo de racismo y de exclusión». Expresiones que no son nuevas en su boca y en sus escritos y que fueron rubricadas en el Documento sobre la Fraternidad Universal que firmó el año pasado en Dubai con la más alta autoridad religiosa del mundo musulmán. Así pues Trump y Vigano se han aliado para defender posiciones repudiadas por sectores mayoritarios de la opinión pública mundial. Esta por supuesto considera al Papa como un líder indiscutible en esta como en tantas otras cuestiones éticas; juicio que no comparte el estrambótico dúo formado por el Presidente y el Arzobispo.
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