Opinión

Abrazos de plástico

Es viernes, llegó por fin el calor veraniego y estamos a punto de decirle adiós al estado de alarma. Merece la pena parar un momento y buscar motivos para alegrarnos de estar vivos, después de todo. Se supone que el buen tiempo ayudará a frenar la expansión del coronavirus, se supone que la apertura de las fronteras beneficiará al sector turístico. Se supone que, mientras vamos descubriendo las bondades de ciertos medicamentos frente al bicho que nos ha cambiado la vida, llegará en breve esa vacuna que aplaque el drama mundial en el que andamos inmersos.

Entretanto, en este universo de suposiciones, nos vemos obligados a convivir con la enfermedad a largo plazo. ¿Salud o economía?, pregunta del millón. ¿Será el turismo veraniego nuestro próximo regalo envenenado en los hospitales? ¿Lograremos evitar rebrotes del tamaño de los que registra ahora Alemania? A partir del lunes empieza el experimento en los aeropuertos, sin apenas sanitarios que evalúen la salud de los que llegan, sin visitantes con pruebas PCR en mano, realizadas en sus respectivos países de origen. Cero requisitos. Inquietante, como poco. Urgen medidas gubernamentales a solo 48 horas de esta nueva normalidad.

Al mismo tiempo, este país nuestro no puede permitirse parar: «ERTE o muerte», proclaman los hoteleros, aun siendo conscientes de que falta dinero en las arcas para mantener sus ERTE hasta la próxima primavera. Aplauden los comerciantes a los turistas alemanes que pisan las Baleares y esos aplausos sustituyen, de un día para otro, a los aplausos de las ocho a los sanitarios. Hace un par de meses dependíamos enteramente de los profesionales de la salud; ahora también de esos extranjeros que nos darán de comer, que consumirán, comprarán, gastarán.

A partir de ahora, nos queda cruzar los dedos y confiar en la sensatez colectiva. Espero que, en este trance, los españoles no emulemos a los napolitanos arremolinados en la Coppa Italia, sino a esos familiares que nos regalan abrazos de plástico desde las residencias. De nuestros políticos no espero grandes gestas. Ni yo, ni la inmensa mayoría de los españoles, pero ojo: si nos vienen mal dadas, ya no colarán las trifulcas en el Congreso. Tendrán que hacer de tripas corazón para lograr verdaderos pactos de Estado. Es posible, solo tienen que fijarse en Castilla y León.