Opinión

Madrileñofóbicos

Me preguntan si es posible que exista un fenómeno llamado «madrileñofobia». Si he de recurrir a mi experiencia de las cosas vistas, me veo obligado a contestar que por supuesto. Y no saben cuanto me gustaría no tener que hacerlo. Pero es imposible desviar la mirada de lo observado, por triste que sea. A pesar de ello, tranquilícense y no se me polaricen, porque el caso no es alarmante. Es un fenómeno que se da en muchas partes. En cuanto una ciudad tiene una importancia capitalina que hace gravitar a gran parte de la actividad económica, que congrega como foro a los más inquietos y que se convierte en centro de una vida cultural enormemente activa, los recelos aparecen inmediatamente. Es siempre cordialmente detestada por aquellos que miran todas esas preces de lejos. En Estados Unidos pasa con Nueva York, donde su innegable brillo y sus sombras provocan en el resto del país una desconfianza hacia todo aquel que se manifieste neoyorquino. Aquí pasa algo similar. Puedo testimoniarlo porque nací en el mismísimo centro de Barcelona, una ciudad nada despreciable. Mi abuela vino al mundo en Las Ramblas, el corazón de la ciudad. Adoro a mi ciudad natal pero, por razones laborales, he tenido que vivir en Madrid cíclicamente, por etapas consecutivas de varios años. Descubrí otra ciudad maravillosa, singularísima, y la habité con gusto. Disfruté todo lo que pude sus ofertas y me enamoré de sus gentes.

Hace cuatro años pude volver a instalarme en las playas en las que me gusta vivir. Desde entonces, curiosamente, un montón de mis paisanos se empeñan en explicarme cómo es Madrid. Lo más notable de estos relatadores es que no han salido de su propia región más que para viajes de trabajo o de turismo. En vano les recuerdo que he vivido allí durante largas estancias. Vivido, con todo lo que eso conlleva. Para conocer una ciudad hay que vivirla. Nada de eso arredra a mis explicadores que se empeñan en hacer el mayor de los ridículos detallándome las fobias que merece una ciudad imaginada que nunca han visto. Callo con compasión. Es lamentable verlos desperdiciar la vida fugaz aborreciendo algo que no han conocido, solo para justificar la precariedad de cualquier logro propio.