Opinión
Las cosas del vicepresidente
Hay quien habla de culebrón o de serie televisiva, pero quien la debería montar es una compañía de teatro «independiente» (es decir subvencionada por el Estado) en algún tugurio (también subvencionado, claro está) de Lavapiés o aledaños. Es en una de esas salas donde la adaptación de la historia de Pablo Iglesias cobraría todo su sentido: la de un profesor de una Universidad pública, amparado por la nomenclatura académica de izquierdas, de ideas revolucionarias y regenerativas que, habiendo trepado hasta la Vicepresidencia del Gobierno, descubrió que sus fantasías oscilaban entre el glamour progresista y los modos de un grupo mafioso de andar por casa. El guión podrá empezar en tono jocoso. En el Pablo Iglesias de los primeros tiempos muchos vieron algo atractivo: «fresco» –como se dice, sin tener en cuenta toda la acepción del término–, moderno –es decir de una ignorancia a la medida de las redes sociales–, irreverente, juvenil… Su gancho televisivo, de una vulgaridad sin límites, hizo de él una estrella televisiva y se aceptaron sus trapisondas con Irán y Venezuela, algo que habría debido merecer mayor atención. La regresión izquierdista del PSOE le abrió las puertas de la Moncloa después de una increíble campaña electoral en la que el ya no tan joven caudillo, habiendo purgado a casi todos sus compañeros, empuñó la palma de mártir antifranquista –siendo él mismo un nieto ejemplar del régimen– enarbolando una terrible persecución a cargo de las cloacas del Estado y algún ministro de derechas.
Ahora resulta que aquel joven «perseguido» fue, al parecer, el que manipuló posibles pruebas y el mismo que sigue presionando a su antigua colaboradora. También resulta que es posible que amparara un mecanismo de tráfico de influencias en colaboración con la Fiscalía, con otra historia sentimental de por medio para no traicionar la esencia del espíritu podemita. Al fin y al cabo, este consiste en mezclar a fondo lo personal y lo público, los intereses privados y los políticos. Si alguien quiere un ejemplo de lo que el peronismo quiere decir, aquí está un buen ejemplo: estupenda moraleja para los espectadores de la fábula de la sala independiente de Lavapiés. Título: «La regeneración era esto».
Claro que este trapisondista del género chico sigue siendo vicepresidente del Gobierno español. Sánchez lo aupó cuando lo necesitaba. Ahora que el viento ha empezado a cambiar, con la UE exigiendo pactos serios, una crisis económica monumental y una gigantesca montaña de fallecidos a la espalda, las «cosillas de Pablo», que antes podían hacer gracia, se empiezan a convertir en una molestia. No parece que sus colegas del Gobierno las conozcan ni que Iglesias tenga la deferencia de contárselas antes de que estallen a la luz pública. Sánchez, en cualquier caso, ha empezado a aplicarle una medicina de la que es especialista: ni comisión antimonárquica, ni investigación contra González, ni impuesto para acabar con los ricos, ni salario mínimo universal, ni papeles para todos. Como Iglesias y su grupo sólo saben vivir del presupuesto del Estado, ya han empezado a girar: el modelo Varoufakis deja paso a las hechuras de un mini Tsipras. Nadie duda que aceptarán todas y cada una de las medidas de ajuste y austeridad que la UE y los nuevos socios de Sánchez les pongan delante. Iglesias, sin embargo, seguirá poniendo a prueba la paciencia de Sánchez… Y es posible que una buena mañana este decida que ya no le compensa arriesgar ante la UE su prestigio y su autoridad apostando por el protagonista de casos como el de «Dina» convertido en el «caso Iglesias», es decir el «Caso Vicepresidente (del Gobierno de Sánchez)». Un título difícil de asimilar, incluso para una sala independiente de Lavapiés.
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