Opinión

Adopta una estatua

Todo empezó el 25 de mayo, cuando vimos en directo el cruel asesinato de un hombre negro, asfixiado bajo la rodilla de un policía blanco. Ese día estalló la furia antirracista, y el mundo entero la secundó en las calles. De repente, de un día para otro, la ira colectiva se canalizó sobre las estatuas, sobre ese pasado oscuro y opresor que algunas de ellas sugieren. Y ahora, atención, los ojos del revisionismo histórico se han posado sobre la figura de la reina Isabel la Católica.

El partido demócrata estadounidense ha anunciado que piensa retirar su estatua del museo del Capitolio de California, en un intento más de congraciarse con el movimiento Black Lives Matter y de ajustar cuentas, públicamente, con ese colectivo blanco que lleva décadas ejerciendo el racismo y que comenzó sus tropelías muchos siglos atrás, colonizando las Américas.

Esta vez, el asunto ha tenido una respuesta inmediata desde España. En Talavera de la Reina quieren acogerla, lo mismo que en Madrigal de las Altas Torres, en Ávila. Allí nació la reina Isabel. ¿Cuánto les costará traerla? Ese es ya otro cantar, pero el pueblo tiene claro que, a su monarca, no se la profana. Isabel, mujer adelantada a su tiempo, afirmó y, de hecho, dejó escrito que los indígenas debían ser tratados como ciudadanos castellanos, aunque luego ciertos conquistadores cometieron fechorías documentadas. ¿Qué culpa tendrá ella de todo aquello?

Con Isabel la Católica se comete una injusticia, la ignorancia es atrevida, pero eso no importa: la estatua huele a español, a colonialismo, lo mismo que las del pobre Miguel de Cervantes, de modo que hay que borrarlas del paisaje.

Los monumentos conmemoran triunfos pasados que, en algunos casos, se produjeron tras hechos inhumanos que tampoco debemos olvidar. No me imagino a un solo judío pidiendo que destruyan el campo de concentración de Auschwitz, precisamente porque –si sigue en pie– quedará para siempre constancia del horror que sufrió su pueblo.

Esta cultura de la cancelación del pasado se ampara en la moralidad. ¿Pero quién me tiene que decir a mí lo que es ético? ¿Me van a censurar si respeto a una reina, a Cervantes, a Churchill? ¿Por qué eliminamos de un catálogo «Lo que el viento se llevó»? ¿Qué surrealismo es este? Visto lo visto, adoptemos estatuas.