Opinión
El adverbio demasiado
No quisiera resultar cruel, pero he de reconocer que, si alguien no hubiera visto nunca a Mariángela Vilallonga, actual consejera catalana de Cultura, y pidiera que se la describieran visualmente de una manera sintética, sucinta y rápida, no quedaría más remedio que recurrir a la imagen de Cráneo Rojo (el sempiterno enemigo del Capitán América) con cara de pena y una decidida vocación a vestirse de Drag Queen. Se podría hablar de crueldad, pero con toda franqueza, creo que se trata más bien de crudeza visual. Lo que se hace evidente, desde ese punto de vista, es que un político con flancos estéticos tan notoriamente desprotegidos debería ser más comedido al usar el adverbio «demasiado». Porque Vilallonga se dejó decir, hace siete días, que el castellano se habla «demasiado» en el parlamento de Cataluña. ¿Se considera, por tanto, capacitada para decirnos al resto de los catalanes la cantidad adecuada de uso y los lugares donde debemos o no utilizar nuestra lengua materna? No entraremos en la consistencia intelectual y ética de sus declaraciones (eso sí que sería cruel) pero hay que exigirle, como funcionaria menor, que concrete en cifras su limitación. ¿En que porcentaje de nuestras conversaciones se encuentra el gálibo de ese «demasiado»? ¿Quién lo fijaría? ¿Qué autoridad? ¿En base a qué criterio? ¿Y quién velaría por el cumplimiento? ¿Con qué métodos? Una última pregunta: ¿tan difícil resulta encontrar para los departamentos de cultura a políticos que no haga falta enseñarles a hablar?
Ya pasó con Sinde en la época de Zapatero, cuando decía que el uso del catalán era mayoritario en Cataluña. Eso es no entender la situación. El uso del catalán en mi región es saludable, decidido, afortunadamente fuerte. Pero es paritario, no mayoritario. Ahí reside todo. Por eso hay «demasiados» fanáticos asustados que ven a nuestra otra lengua propia catalana como una amenaza para sus gustos lingüísticos. Unas señoras que se parecen «demasiado» a las damas de la templanza de los tebeos del oeste, como Vilallonga o De Gispert, no pueden aportar nada a ello. Esperar que una catrina mexicana decimonónica entone un rap cosmopolita sería pedir, indudablemente, «demasiado».
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