Opinión

Vuelta a empezar

Ahora no apetece confinarse, con lo bien que se está con los pies en remojo, los que hayan conseguido una piscina hinchable, o surfeando como el doctor Simón mientras el sol se esconde por el mar, como siempre, pero esta vez para no verlo. Si el jefe de todo esto se muestra como un émulo de los vigilantes de la playa, que solo le falta Pamela Anderson para hacerle los coros y centrar la atención en un ovni, el escote, por ejemplo, ¿qué nos puede pasar? Si los diputados van sin mascarilla, ¿por qué tenemos que llevarla los demás? Las terminales del ministro de Sanidad vuelven a mentirnos. Estamos en la calle porque de seguir encerrados acabaríamos en tal ruina que no alcanzaría el dinero de la Unión Europea y no tendría el presidente del Gobierno terreno suficiente para correr mientras su bancada le aplaude y le coloca la corona de laurel. Ante todo esto se plantea un dilema moral y es si alguna vez nos sentiremos culpables de los muertos que vendrán y un enigma político: no sabemos si estamos preparados para atajar la que se nos viene encima. Los entendidos creen que no hay plan y que, cuando llegue el momento de las culpas, esta vez el Gobierno lo tiene fácil. Todos. Ya os lo decíamos, era necesario un estado de alarma. Dónde están las camas necesarias, los respiradores y los rastreos. No se os puede dejar solos. Necesitáis un ente superior que os diga lo que podéis hacer, a qué hora y con quién compartir el botellón y llamar a los difuntos con un número. Es una rara coincidencia que a la desgracia se le llame «segunda oleada» cuando estamos frente al mar. España permite que haya diecisiete maneras de atajar el virus. El informe PISA de una tragedia.