Opinión

Una seria advertencia desde Bruselas

¿Por qué tiene mucha importancia el mensaje que se nos ha enviado desde Bruselas? Pues, en primer lugar, porque se ha probado, una vez más, que España vive en una etapa radicalmente nueva. Desde 1985 nuestro país aceptó tener una creciente vinculación, no solo económica, sino también política con el mundo creado por el famoso impulso de tres políticos católicos, directamente nacidos en territorios que habían tenido raíces de unión íntima, bajo el Imperio de Carlomagno: Schuman, Adenauer y de Gasperi.

Los tres comprendieron que la base para el futuro de Europa, dada la existencia de continuos impulsos generados por la Revolución Industrial, se encontraba en una liquidación de barreras económicas destructoras de la necesaria unidad de mercado, que es lo que genera el incremento de la productividad. España pasó, así, de un inicio creado por la OCDE, ligada a la ayuda norteamericana y a los problemas de la Guerra Fría, al de la Unión Europea.

La Unión Europea, como consecuencia de esos planteamientos iniciales, pasa a ser una creación jurídica internacional extraordinariamente original, y en ella, con toda plenitud, se superan las reservas que históricamente parecían permanentes. Aceptamos el mensaje común de política económica, impuesta por el conjunto de ese nuevo ámbito continental. Desde el inicio, al concluir la II Guerra Mundial, se vio con claridad que existía una idea básica de política económica, que debería fundamentar al conjunto de esta vinculación de pueblos. Se trataba del mensaje de la Escuela de Lausana, encabezada por Eucken, precisamente planteada inicialmente con otros economistas –recuérdese el caso de Stackelberg– en su crítica básica a los planteamientos económicos, y también a los mensajes anticatólicos, nacidos en el nacionalsocialismo alemán. Las críticas de esta Escuela se generaron también contra la mezcla de proteccionismo y corporativismo, con concepciones favorables para la aparición de cárteles, que habían arraigado en multitud de mensajes de política económica europea, sin olvidar lo que surgió, simultáneamente a través de los Sraffa, grupo que también incluye a Joan Robinson, y también vinculado a ideas del llamado Estado de Bienestar, que se pretendía fruto de derivaciones de Keynes y Marx. La crítica a estos últimos planteamientos no solo surgió en Eucken y en los reunidos al lado de la catedral de Friburgo de Brisgovia, sino también en el ámbito de la Escuela de Chicago y los planteamientos críticos de Milton Friedman, que acabaron por señalar por dónde tendría que caminar un planteamiento serio para que avanzase el desarrollo de la política económica. Y ésta fue la doctrina que se asumió, y que por ello, se puede calificar de ortodoxa en el ámbito europeo y la vemos albergada en la reunión de Maastricht, a partir de la cual surgió la Unión Monetaria Europea. Los mensajes básicos de política económica se unen a realidades que mostraban lo que parecía un camino adecuado.

Y eso nada tiene que ver, por supuesto, con variadísimas derivaciones de los partidos socialistas que, por doquier, observan que se esfuma su peso político anterior. ¿Qué queda de la importancia colosal del laborismo británico? ¿Y qué del famoso partido socialista francés? ¿O de la potencia de la socialdemocracia alemana que, a su vez, mucho influyó en un nuevo mensaje que, al inicio de la Transición, encabezó el PSOE con continuos enlaces doctrinales con la alemana Fundación Ebert? La Unión Europea, como en el fondo sucede con los Estados Unidos, pasa a tener un mensaje de política económica cada vez más claro. En esto, surgió una fuerte crisis económica, precisamente en el conjunto de la Unión, a causa de la pandemia provocada por el Covid-19, con consecuencia semejante a lo que se genera siempre, en el terreno económico, por una Guerra. Cada miembro de la Unión Europea decidió reaccionar, y para impedir consecuencias desagradables de políticas económicas dispares, en los diferentes miembros de su conjunto, en la reunión de Bruselas se llegó a un acuerdo que culminó el 26 de julio de 2020. Por un lado, en él se señaló que la ayuda, en magnitud notable, se decide conceder a los miembros más afectados por ese grave problema. Pero, simultáneamente, ante la posibilidad de la aparición de perturbaciones que pudieran llevar a un mal empleo de esos recursos, se vela porque la autoridad derivada de una política económica exigente en multitud de ocasiones, no plantee heterodoxias con políticas económicas inadecuadas. Ello exige la aparición previa de un talante único en la política económica, que no deja de recordar lo sucedido, implantado entonces, por los Estados Unidos, a causa de la Ayuda Marshall. La política económica que entonces se implantó en Europa es un antecedente de la que pasa a existir desde ahora mismo.

Con eso surge en España, automáticamente, un choque doble. Por un lado, el PSOE había abandonado la línea creada por Felipe González en la etapa de Rodríguez Zapatero. Esta última dirección ¿algo tiene que ver con lo que se acaba de plantear en Bruselas? Y para mantenerse el Gobierno Sánchez-Iglesias en el poder, se ve obligado a asumir alianzas electorales que, forzosamente, ¿no obligarán a dejar a un lado lo que el pasado 19 de julio se aprobó en Bruselas? Cuando, además, tenemos –como abordaremos en el próximo artículo–, un colosal déficit en el sector público, ¿se puede calificar como un triunfo lo logrado por Sánchez en Bruselas?