Opinión
Parroquia
Para muchos católicos, la parroquia es una entidad tan lejana y anónima que algunos no saben ni siquiera a la que pertenecen. Este fenómeno es más frecuente en las grandes ciudades que en el mundo rural donde todavía el campanario parroquial es un símbolo de pertenencia y el sonido de las campanas marca el horario cotidiano. A esta deserción han contribuido, sin duda, varios fenómenos. En la España vacía y en otros lugares del planeta un sacerdote tiene que ocuparse a la vez de numerosas parroquias sin posibilidad de atenderlas a todas como merecerían. En las grandes y no tan grandes urbes la parroquia sufre la «competencia» de santuarios o templos regentados por comunidades religiosas con mayor capacidad de acción pastoral.
Francisco no se resigna a esta situación porque cree, como escribió en su Exhortación «La alegría del Evangelio», que la parroquia «no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del pastor y de la comunidad». Por eso acaba de publicarse una Instrucción sobre la «conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia».
Muy en síntesis se trata de eso: si quiere subsistir la parroquia tiene que renovarse, desburocratizarse, agilizarse, desclericalizarse de manera que el cura párroco no sea el mandamás ante el que tienen que agachar la cabeza y obedecer los diáconos, las personas consagradas y los fieles laicos quienes «respetando sus carismas sueñan y programan juntos, trabajan y celebran juntos, caminan juntos como célula viva del Pueblo de Dios». Al servicio de la misión de la Iglesia que es anunciar el Evangelio a todos sin distinción y especialmente a los pobres.
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