Opinión

La Tercera República

El sueño de la Tercera República es, simplemente, una pesadilla. Un despropósito sin base política y social más allá de los manoseados discursos sobre la igualdad, los privilegios y otras zarandajas

No es casual que no se vea una defensa fervorosa de la Tercera República por parte de la mayoría de los republicanos. Es verdad que los revolucionarios de las tertulias de café nos repiten cansinamente, a pesar del alcance de su modesta representación parlamentaria, que los españoles no son monárquicos y que quieren una república para luego lanzarnos otra de esas aburridas soflamas antimonárquicas propias de las reuniones tabernarias del siglo XIX que hemos leído en las novelas de la época. El sueño de la Tercera República es, simplemente, una pesadilla. Un despropósito sin base política y social más allá de los manoseados discursos sobre la igualdad, los privilegios y otras zarandajas. Hay un punto de arrogancia, además, frente a otros países que son monarquías parlamentarias y cuyas democracias no han sufrido, por cierto, nuestras convulsiones. Me cuesta mucho entender que sean capaces de dar lecciones a británicos, holandeses, belgas, daneses, noruegos o suecos. La realidad histórica nos demuestra que las dos experiencias republicanas fueron un estrepitoso fracaso por culpa del sectarismo y el fanatismo de los republicanos.

Los cinco presidentes del Poder Ejecutivo de la Primera República, algunos historiadores aficionados se olvidan del general Serrano porque queda mejor decir que tuvo cuatro presidentes, en poco menos de dos años demuestran el desastre. A pesar de ello, la izquierda la idealizó y el culmen de la fabulación llegó con la interpretación antihistórica que hacen sobre las bondades de la mitificada Segunda República. Por cierto, tanto en una como en otra se produjeron campañas denigrantes previas contra Isabel II y Alfonso XIII para satisfacer las ambiciones de poder de militares y políticos. España no necesita una república para seguir siendo una de las grandes democracias del mundo y solo serviría para provocar una cantidad de conflictos tan enormes que nos destruiría. A pesar de la ferocidad de los injustos ataques que sufre la Corona es la institución necesaria y eficaz para estos tiempos tan complicados como angustiosos. No es difícil imaginar las consecuencias de un proceso constituyente con los independentistas que quieren romper España y los comunistas que sueñan con una república de izquierdas confederal. No hay más que ver la realidad de sus referentes iranianos, bolivarianos o castristas. El consenso del 78 sería hoy imposible y el texto resultante dividiría aún más a los españoles. Quieren la república porque creen que cuanto peor estemos será mejor para sus intereses partidistas y sus ambiciones personales.