Medio Ambiente

Eso tan absurdo que llamamos hombre

Jamás se ha tenido demasiada fe en la especie humana y esto del virus nos ha afianzado en la convicción

El hombre nunca para de sorprenderle a uno y, en ocasiones, es casi inevitable pensar que tenemos lo que nos merecemos y que cualquier castigo que sobrevenga nos lo hemos ganado con ahínco y enorme empeño. Resulta que existe una iniciativa instigada por treinta países africanos, la llamada muralla verde, que consiste en un pasillo de árboles de ocho mil kilómetros de largo y quince de ancho destinado a frenar el cambio climático y el avance del Sáhara, que ha crecido un diez por ciento desde 1920, lo que no es una cifra baladí ni para que se arroje a la papelera sin más. Hasta aquí todo claro. Tenemos un propósito loable, beneficioso para las poblaciones, que mejorará la vidas, proporcionará más agua y seguridad alimentaria, ayudará a mantener el ecosistema, protegerá la fauna y otras numerosas razones que cualquier caletre avispado y más o menos asentado podrá deducir por sí solo.

El plan, incluso, ha sido adoptado fuera del continente. Una de las naciones que ha decidido sumarse es Pakistán, que, como todo el mundo conoce, no despunta precisamente por conservar enormes extensiones selváticas, frondosos vergeles y bosques interminables por los que extraviarse como Hansel y Gretel. Aquí la empresa avanzaba con buena ventura, beneplácito de los locales, resultados inesperados y satisfacción de los gobernantes, lo que es el colmo para lo que son esos lares. Pero en todo paraíso, como cabe esperar, existe siempre una serpiente dispuesta a dar el cante. Y aquí han saltado unos fulanos que, acogiéndose a un credo mal entendido, se han puesto a arrancar árboles porque, aseguran, eso es una cosa de los infieles y no hay que permitirlo, aunque eso suponga, también para ellos, faltaría, más desierto, más pobreza y más sed, lo que proporciona una idea preclara de lo ordenado que tienen el cacumen.

Jamás se ha tenido demasiada fe en la especie humana y esto del virus nos ha afianzado en la convicción. El absurdo de los hombres es un horizonte sin fin, siempre dispuesto a dejar boquiabierto a cualquier persona más o menos razonable. Para que no nos olvidemos de ello, de vez en cuando saltan a la palestra algunos iluminados, como los que reniegan de las vacunas en aras de no se sabe el qué y a pesar de que su actitud contribuya a propagar las enfermedades. Ahora tenemos otra prueba gracias a unos tipos que prefieren sobrevivir con cuatro palmeras y tres dátiles que disfrutar de una arbolada con sus sombras y abundancias pertinentes.

Pero no se crean que son los únicos linces que se han desmarcado con un dislate. Otros han salido con la ocurrencia de que el Sáhara también es un ecosistema y que hay que protegerlo. Así que, si no había botarates suficientes, por ahí anda otra tribu que ha decidido hacer defensa de la desertificación y el alacrán, que deben considerar más importantes que el agua y los sustentos y amparos que procura. Tan absurdo como esos que comen como césares para después pedirse el cafelito con sacarina.