Opinión

¿Nadie al volante?

Las últimas horas están siendo caóticas en lo que a la expansión del coronavirus respecta y a las medidas que hay que tomar para hacerle frente. A cada representante a quien le ponen un micrófono delante, se exuda una línea de acción diferente y contradictoria con la del que acaba de hablar inmediatamente antes. A pesar de eso, debemos estar tranquilos, porque si dejamos de fumar y con la ayuda incondicional de los «influencers» todo esto seguro que se arregla.

La gran pregunta sigue siendo aritmética. ¿Por qué seguimos teniendo en cifras los peores resultados de toda Europa en cualquiera de los frentes? No me sirve la teoría del turismo y la movilidad, porque muchos otros países reciben tanto turismo como nosotros.

No me sirve culpar a los jóvenes y a las costumbres de la población (el factor cultural, diríamos) porque ayer vi una competición ciclista en el sur de Italia y todavía usaban menos mascarillas y respetaban menos distancia social que nosotros. No me sirve tampoco la teoría de la conspiración, porque no nací ayer ni tengo ocho años.

No me sirve ya el factor sorpresa, porque estábamos avisados de que esto iba a pasar cuando sus señorías se fueron de vacaciones.

¿Cuál es la única diferencia objetiva con Italia y Grecia que puede explicar la diferencia de números? Pues sencillamente que aquí seguimos reaccionando tarde, mal y descoordinadamente. Hemos creado una maquinaria burocrática de jefecillos que son incapaces de tomar decisiones cuando temen que estas sean impopulares. Su pereza legislativa es legendaria. La gran diferencia con el resto de los países mediterráneos es la descentralización.

Ya dijo Piketty –un economista que precisamente no puede ser acusado de sospechoso de facha– que España, probablemente, se había descentralizado demasiado. Pero decir eso en la península de los caciques nunca ha estado bien visto durante los últimos años.

A cualquiera que avisara sobre que la descentralización puede estar muy bien, pero que debe tener sus límites al igual que la centralización, se le acusaba gratuitamente de ser un facha. Era curioso que esas acusaciones las emitieran los partidarios convencidos del golpismo, pero era el aire y la connotación de la época. Ahora vemos el formidable estado resultante de todos esto y, como estamos comprobando, es un estado incapaz de tomar una directriz clara para solucionar las crisis importantes como ésta.

La sensación general que tiene ahora la población española es la de que no hay nadie al volante de este fórmula uno. Cuando apenas quedan quince días para que empiece el curso escolar, nadie desde el Gobierno se atreve a decir en voz

alta que no saben lo que tienen que hacer.

Los profesionales de la Sanidad reclaman más recursos y no saben si van a poder resistir ya el próximo arreón que ya llega del coronavirus. Se habla de la generación de escolares que pueden perder el curso, pero ningún representante gubernamental menciona la amplia generación de profesionales sanitarios que pueden llegar a quedar quemados de su vocación filantrópica al no poder llegar a atender correctamente su trabajo por la falta de medios.

Los profesionales educativos se sienten también abandonados, escuchando como les amenazan con una serie de órdenes que profesionalmente saben que no pueden cumplirse. Únicamente se necesitan dos casos de coronavirus en dos aulas de colegiales para que puedan verse obligados perfectamente a cerrar una escuela en octubre, dentro de sesenta días.

Hasta cualquier juez puede llevar la contraria al Gobierno debido a la endeblez en que basa todas sus medidas. Y los jueces no son seres infalibles, también pueden caer en disparates.

No es fácil para nadie tener que tomar decisiones taxativas y terminantes, pero si, además de eso, tienes que respaldarlas con una maquinaria que no va, es normal que sueltes el volante.