Coronavirus

Otro tipo de ocio

Se justifica el desfase en plena epidemia por el argumentazo de la edad o el hartazgo de la cuarentena

Hay mucho revuelo con lo del cierre del ocio nocturno y es lógico porque el estandarte y seña de España en Europa es Rafa Nadal y la fiesta, aunque me temo que no la taurina, salvo si se es japonés, porque esos tipos no se saltan un harakiri ni aunque se haga con banderillas. Lo que sucede es que el turismo va a París para ver el Museo del Louvre, que es muy famoso, y fotografiar a la Mona Lisa. Después se dan un garbeo por el Sena para ver si encuentran a Scott Fitzgerald, se dan de bruces con el rodaje de la última de Woody Allen, que el fulano ha sacado una biografía muy graciosa, se topan con una Audrey Hepburn, no importa tampoco cuál, se aproximan al puente del Alma para ver si tienen suerte y presencian el descarrilamiento de una princesa británica o dan con un Moulin Rouge que les recuerde un filme que hayan visto en el cine.

En España esto es al revés. Aquí el turistaje viene a la comilona fácil de la tapa y el vinito, y a entregarse a la diversión parda, pantagruélica y dionisíaca, de esas capaces de convertir a los elegantes alumnos de Eton en hooligans del Liverpool. Solo después, el extranjero va a los museos para pastorear los ratos libres o sestear la resaca delante de un Velázquez o un Rubens, a excepción de los cuarentones o de que se sea Francis Bacon. Que hayamos convertido el ocio nocturno, ahora llaman así a lo que antes era salir de copas, desparramar y pillarse una tajada del quince, va dejando secuelas imprevistas. Que ahora muchos crean que no existe otra manera de matar el tiempo libre más que derramándose uno por las barras de los garitos, igual que el contenido de un chupito, no invita demasiado al optimismo.

Con esto del virus hay voces que hasta justifican la actitud de parte de la juventud (y habría que añadir y la no juventud, porque en los antros se dan cita toda clase de camadas y bestiarios, así que tampoco hay que cebarse con la chavalería). Lo que pasa es que se justifica el desfase en plena epidemia por el argumentazo de la edad o el hartazgo de la cuarentena, que no esperarás que un adolescente esté encerrado en casa o que la peña no salga. Hombre, no, claro, pero, ya que tenemos cierta escolarización y otros están en ello, lo menos que se puede exigir es que se discurra y se disponga de suficientes asideros para que la vida tenga más horizontes que perder la conciencia en un bar. Aunque a lo mejor lo que sucede, en el fondo, es que hemos fallado y se está olvidando impartir herramientas necesarias para que la gente sea independiente y sea capaz de generar sus propios ocios sin depender de una etiqueta de Red Label. Ahora que el entretenimiento ha ensanchado sus límites, para algunos parece más estrecho que nunca si no tienen una cubeta con media docena de birras.