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Opinión

Marianet

A mediados de julio de 1939 en el río Marne en Ferté-sous-Jouarre, una localidad cercana a París, apareció el cadáver de Marià Rodríguez Vázquez –conocido como Marianet–, el que fuera flamante secretario general de la CNT-FAI durante la Guerra Civil española y los primeros meses de exilio. Su muerte, envuelta en un extraño silencio entre los republicanos exiliados, apunta en todas sus teorías a un asesinato entre antiguos camaradas por venganzas y traiciones.

Nacido en L´Hospitalet de Llobregat en 1909, en el seno una familia desestructurada y de etnia gitana, huérfano muy joven, creció en el «asilo Durán» de Barcelona y conoció la cárcel desde la más tierna infancia, al dedicarse al innoble oficio de ladrón, que ejerció con habilidad durante años. Analfabeto y sin escrúpulos, quienes lo conocieron lo describen como un pendenciero de gatillo fácil. La estancia en la cárcel lo endureció más si cabe, lo que le acercó a los anarquistas presos por distintas cuitas, durante los años de plomo de la Barcelona anarquista, defendidos por Lluís Companys, el pequeño burgués españolista luego convertido en anarquista para acabar siendo el presidente de la Generalitat. Aprendió a leer, dirigió una revista al salir de la cárcel y empezó a organizar motines, huelgas y sabotajes desde el bar La Tranquilidad, un lóbrego garito situado en el número 69 de la avenida del Paralelo, donde por las mañanas se reunían los asesinos cenetistas, y cada fin de semana sorteaban una pistola Star, entre tan ilustre clientela.

Fue uno de los responsables de adiestrar a los «Grupos de acción», pistoleros que aterraban y asesinaban a los empresarios para imponer su chantaje, y se encontraban en guerra civil con el «Sindicato Libre», la sección de choque de los carlistas catalanes. Detenido en innumerables ocasiones, salía y entraba de la cárcel de forma constante, aunque la fama se la llevasen el grupo de Buenaventura Durruti, «Los Solidarios». Ejerció distintos trabajos, pero el único conocido fue el de peón de albañil, durante unos pocos años a finales de la década de los veinte, lo que le permitió entrar en el sindicato CNT y emprender una meteórica carrera en la organización anarquista. De militante a presidente del «Sindicato de la construcción», en meses a «Secretario territorial» para terminar como «Secretario Nacional de la CNT». Organizó, junto a la plana mayor del sindicato, el «Comité de Milicias Antifascistas» y dirigió las patrullas de control, la organización criminal amparada por la Generalitat, que eliminó a más de 10.000 catalanes por el reprobable hecho de ser de «derechas». Su carrera política la hizo a la sombra del socialista Juan Negrín López, penúltimo presidente de gobierno de la República española, al que sirvió lealmente durante los sucesos de mayo de 1937, traicionando a los anarquistas enfrentados a los comunistas, en aquel mes aciago para el futuro de la república española. Acusado de evadir capitales en su huida, enfrentado a sus antiguos colegas anarquistas y con decenas de crímenes a sus espaldas, tenía demasiados enemigos en su haber. Hoy en la Catalunya del «procés», Marianet y Companys son héroes. Lo llaman «Memoria histórica».

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