Opinión

¿Y está vacía la España vaciada?

Como consecuencia de la actual pandemia, ha vuelto a plantearse la cuestión del abandono, por parte de la población, de enormes extensiones relacionadas con la producción agrícola. Este hecho, al presentarlo ante la opinión pública, enciente multitud de veces las alarmas sobre eso que ha pasado a llamarse «La España vaciada». Por eso conviene señalar lo que de verdad sucede en el sector agropecuario español básico para tal vinculación. Para ello, conviene comenzar señalando de qué modo se han planteado las posibilidades de nuestro sector rural. Puntualicemos esto, señalando que, en el periodo que transcurre entre 1979 y 2019, el porcentaje de crecimiento del PIB per cápita español pasó de 100 a 175 -se incrementó un 75%-, a pesar del desastre politicoeconómico de Zapatero. La demanda interna creciente estaba, pues, garantizada también para los productos rurales; pero a ello hay que añadir -gracias a una excelente política comercial exterior que se viene desarrollando desde 1959-, la globalización. Por esto, avanzó con mucha fuerza la transformación de la funcionalidad productiva agropecuaria, tanto desde el punto de vista tecnológico, como desde el de la considerable presencia del factor trabajo, fundamental en la agricultura tradicional española. Eso se ha transformado radicalmente, a través del incremento del capital fijo y del circulante, trastocando, para bien, el aspecto del mundo campesino español. Simultáneamente, y a efectos de la competencia, la racionalidad de los nuevos planteamientos productivos motiva que el coste salarial pase a tener (y eso ha ocurrido siempre) un papel notable, si no existen posibilidades inmediatas de sustitución por capital. Recordemos las consecuencias crecientes, derivadas del crecimiento del salario mínimo, en multitud de regiones rurales españolas que reprodujeron lo sucedido, para la ruina del campo, con la alianza de la política de incremento de la oferta de bienes agrarios y la subida salarial emprendida por Marcelino Domingo Hidalgo Caballero, al inicio de la II República, dado que fue considerable en la época la crisis de la España rural. Además, España se encuentra en la CEE y, por ello, ha dejado de estar preocupada por excesos en las cosechas, porque el impacto de la denominada Ley de King hace que se eliminen, dadas las decisiones derivadas de la Política Agrícola Común comunitaria (PAC). En España, con todas esas políticas, se ha diluido esa alarmante situación campesina, que recibió el nombre, desde la Restauración hasta la II República, de Espartaquismo Agrario. Su violencia era verdaderamente considerable, y el único remedio que se imaginó fue el de poner en marcha las llamadas «Reformas Agrarias», y la distribución de las fincas mayores, en forma de minúsculas explotaciones. Mas, en la actualidad, todo eso se ha esfumado. Lo que interesa, para mejorar el rendimiento, son explotaciones cuya capitalización es decidida por el mercado, y con mecanismos que el mismo mercado genera, de cultivo directo, arrendamiento y aparcería. Manuel de Torres expuso esto de manera magnífica: el desarrollo económico español ha alterado de tal manera la realidad del mercado agrario, que aquellas solicitudes de reforma agraria, habituales en los planteamientos políticos, se han esfumado en la actualidad. La seguridad, relacionada con uno de los factores de la producción, la tierra, contribuye a la eficacia del sector agropecuario. Los latifundios han dejado de ser algo maligno, y, por ello, en el campo reina una aceptación de lo que señala la Constitución, que defiende la libertad de la empresa, sea industrial, de servicios, o agraria, en la economía de mercado (Art. 38) y la propiedad privada (Art. 33). Todo ello crea ventaja para la producción rural. Otra cuestión directamente relacionada con la población rural es la de la alimentación que pasaban a tener los habitantes de variadas zonas agrarias españolas. Llegó a ser centro de estudio de los médicos, todo aquello que escribió, por ejemplo, Grande Covián, sobre las enfermedades derivadas de la alimentación (o la falta de ella) existente, con casos tan graves como era el de Las Hurdes (motivó una visita de Alfonso XIII y comentarios continuos del círculo intelectual español; Unamuno, sin ir más lejos). Todo eso ha desaparecido. La actividad económica precisa un apoyo financiero continuo. Así, pasa a cobrar mucha importancia la consolidación de las Cajas Rurales. La crisis de las Cajas de Ahorros no fue seguida por las Cajas Rurales, hasta el punto de que el gran economista Barea trabajó alrededor de la posibilidad de que, con su base, surgiese una organización parecida a la que, también desde el campo, se derivase en Francia durante el Crédit Agricole. Simultáneamente, como el avance, dentro de nuestro desarrollo de la industria y los servicios, progresó con más fuerza que el del sector rural, se exigió un incremento forzoso de la población activa en las zonas urbanoindustriales, lo cual provocó una fuerte emigración interna española. Esto persiste a través de medios de comunicación e infraestructuras para el transporte, lo cual disminuye los riesgos derivados de un enlace entre áreas urbanoindustriales o regiones rurales. Por eso, la España vaciada se ve colmada periódicamente de visitantes de los paisajes naturales que ahí existen, así como de los monumentos artísticos que la Historia fue depositando en pueblos, villas y ciudades de la España rural. Y eso crea, también, enlaces importantes, relacionados con el sector servicios, que no pueden dejarse a un lado.