Opinión
Enemigo popular
Bernard de Mandeville fue un holandés muy interesante. Durante toda su vida se dedicó principalmente a dos cosas: sanar a la gente y reírse un poco de sus contradictorias pretensiones. Para poder hacerlo a sus anchas tuvo que emigrar de Rotterdam a Inglaterra y aprender inglés. Se fue para allí en 1693 con veintitrés años y vivió cuarenta más hasta que una gripe lo mató en 1733. Por entonces ya era un buen médico y casi mejor satírico. Estos días de gripe homicida me he acordado de él porque Mandeville fue el hombre que probablemente más hizo por devolver el egoísmo al ámbito de lo que se considera humano. Mandeville, gran observador de las conductas, se dio cuenta de que el egoísmo formaba parte de la naturaleza humana de un modo neutro, como un mecanismo más de supervivencia y así lo retrató, abriendo el camino para que luego la psicología lo recalificara y lo civilizara hasta llegar al término actual de «autoestima», que tan importante es para que la gente salga adelante con ciertas garantías de felicidad.
Al retratar de una manera neutra al interés propio puede decirse que, en cierto modo, Mandeville ayudó a liquidar el Barroco y permitió que los Ilustrados escoceses empezaran a rehabilitar las pasiones, dejando de considerarlas meros vicios. Si el interés del «yo» no era visto ya como una pasión pecaminosa, eso nos colocaba en la línea de salida del mundo moderno, donde el comercio se convertía en la base del progreso. En Mandeville se apuntaba ya que la moral era, a la postre, una socialización de los intereses variados de los humanos. Como esas palabras eran probablemente ciertas, pero sonaban bastante desagradables para nuestras angelicales pretensiones, Mandeville tuvo que aguantar muchos ataques y embates, algunos de ellos sorprendentemente sañudos. Puede decirse que Mandeville fue el primer gran torpedo, ya en el siglo XVIII, contra la línea de flotación del «buenismo» y este no se lo perdonó nunca. Tuvo que sufrir incluso una investigación judicial por lo que llamaron su «tendencia inmoral». Lo más sorprendente es que, hoy en día, algún amigo tengo que anda todavía de tribunales, como un Mandeville moderno.
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