Opinión
Otras pandemias
Mi abuelo Klaus guardaba sus ojos en un cajón. Los de repuesto, quiero decir. Le faltaba un ojo y mi hermana Patricia y yo descubrimos las prótesis en una cómoda de la casa de Hamburgo. Eran como ostras azules, abiertas sobre una valva blanco amarillenta. Detalles nimios pueden ser decisivos para la historia de una familia.
Todo comenzó a principios del siglo XX, cuando tuvo lugar la contienda más sangrienta de la historia de Europa. Sendas cartas lacónicas comunicaron a dos hermanas de veintitantos años que se habían quedado viudas sin casarse, porque sus dos prometidos habían caído en el frente. La guerra mundial desmoronó de tal modo la demografía que mi abuela Käthe y su hermana Emma se las vieron y desearon para encontrar marido. Sencillamente no quedaban hombres en Alemania. De poco servían las hermosas cabelleras castañas y esa estatura soberbia.
Veinte años más tarde, los que median entre 1918 y 1939, se repitió el asunto. Otro documento frío llegó a la calle Rübenkamp y comunicó a mi abuela que su hijo Heinz, entonces en la mili, había muerto en Francia. Un avión lo había bombardeado. Había sido movilizado para la terrible invasión nazi de Polonia y después, tras una breve estancia en casa, fue trasladado y cayó en Francia. Tenía 21 años y yace en uno de los mega cementerios monstruosos que dan fe de la mortandad de la Segunda Guerra Mundial. Colina tras colina tras colina tras colina de tumbas de seis hombres cada una, tres por cada lado de una cruz blanca. Mi tío Heinz Schlichting adoraba a su madre, era alegre, valiente y tocaba el piano. Algún nazi intentó consolarla por la pérdida. Dijo no sé qué de la patria, ella lo echó de casa.
Ahora que volvemos a sufrir colectivamente se me va el recuerdo a aquella generación valiente, a mi abuela Käthe. Si mi abuelo no hubiese perdido un ojo de niño, jugando en la calle, ella no hubiese encontrado aquel hombre soltero sirviendo en la retaguardia, ni se habría casado. Hubiese permanecido sola y ni mi madre ni nosotras hubiésemos nacido. Fíjate esos ojos del cajón, qué importancia.
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