Opinión

Ni fracasada, ni fallida

Tengo que negarme –tal vez todos debiéramos negarnos– a ir asimilando ese concepto que desgraciadamente se va abriendo paso en la España actual, altamente devaluada, reconozcámoslo, como marca de prestigio en el concierto internacional, y que no es otro más que el que se nutre de la idea que comienza a situarnos como una nación fracasada o lo que es peor, una nación fallida. Solo queda rebelarse contra ello, contra la idea de que estratosféricos errores políticos trufados de ruindades, mentiras, revanchismos, cobardías y no poca incompetencia, pero mucha ambición de poder, consigan acabar no solo con todo lo logrado en cuatro décadas de progreso y libertad desde la llegada de la democracia y el espíritu de la transición, sino con una nación unida durante cinco siglos de historia.

España vive ahora por primera vez en mucho tiempo una triple crisis que empuja a hablar del peligro de estado fallido precisamente a quienes, viendo la gravedad de la situación, se dedican a realizar una cómoda labor descriptiva en lugar de hacer, si no lo necesario, tal vez algo más por evitarlo. La primera crisis profunda en la que nos encontramos es la sanitaria, con casi cincuenta mil víctimas mortales por el covid, con la amenaza de colapso hospitalario y a la cabeza de Europa en incapacidad para atajar la tragedia. La segunda es la crisis institucional, con un estado de las autonomías puesto en entredicho ante la «prueba del algodón» que la pandemia ha supuesto para su gestión, también con la veda abierta desde algunos nombres y apellidos que se sientan en el consejo de ministros contra la monarquía parlamentaria o con una casi diríamos que inédita falta de respeto a la división de poderes como clave de bóveda del sistema. La tercera crisis es la política, reflejada en la incapacidad de los partidos para el diálogo, la obstinación por anteponer el cortoplacismo y el marketing a los gravísimos problemas reales que acucian a la salud y la economía y el hecho palmario de que todavía caminemos a golpe de servicios generales del estado con los presupuestos de Montoro.

Una triple crisis de esta envergadura podría tumbar a muchos estados, pero España no es un estado más, o eso al menos pretendemos creer los confiados en que alguien echará el freno –aun asumiendo costes– a la obstinación de quienes pretenden romper un país y privar a sus ciudadanos del mejor político, su Rey.