Opinión
La emoción
Empieza el espectáculo. «Lástima que terminó la función de hoy», susurraremos cuando todo esto acabe. Vendrán días más tristes. Y más trágicos. Parecía aburrido, una más de políticos diciéndose sandeces y jugando al monopoly a ver quién se queda con la mejor parte del hemiciclo, con permiso de Podemos, que ya tiene su agencia inmobiliaria, pero resulta que va a transformarse en un capítulo extra de «La isla de las tentaciones», solo que sin Tom y Melissa. Ay Melissa, que ya tiene nuevo novio, y no es Tom. Mucha testosterona y, a quien le falte, un poco de la pastillita azul, no la de «Matrix», que también. El Congreso se ha convertido en un entremés entre un estado de alarma y un toque de queda, minutos musicales para la marcha real y el himno de Riego al estilo reggaetón. Las dos Españas y la tercera, tiritando de miedo. Una tierra de nadie que comparte gente honrada y otra panda de altramuces que ni siquiera bebe ginebra en público, lo que aparte de ser una ordinariez invita a pensar si es calimocho o alguna otra sustancia la que por allí circula. Habitan unos señores que viven entre paréntesis como si el mundo real no fuera con ellos. Debería decretarse su cierre como zona confinada por aquello de que no nos contagien a los que todavía salimos a trabajar con esa mascarilla obligatoria que hace meses eran hilillos de plastilina. Uno de los efectos colaterales de la pandemia ha sido la confirmación de que nuestros representantes en la Tierra son en su mismidad un virus para el que no existe vacuna y que retroalimentan durante horas sus propias miserias como los personajes de «Sálvame». Pensábamos que la emoción estaría en el voto final del PP, el único que tendrá voz de verdad en este circo, porque todo lo demás está trucado, pero, de repente, imaginar que se escupen, como que apetece. Es la escena final de «Ginger y Fred» de Fellini, los retoques en el tocador de señoras, y de señores, para el moño del vicepresidente, el collar de Calvo, el atuendo prepapal de Sánchez santificado y la chaqueta para el cuerpo de caucho de Abascal. Todo muy extremo. Un desfile a lo pobre de Alexander Mcqueen. Sin supermodelos. Nadie se acordará de ellos cuando estemos muertos.
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