Opinión

El problema del catalán: consecuencias derivadas de sociólogos y economistas

Evidentemente, para no experimentar una segunda edición de la que se inició tras la sucesión a Rajoy, todo gobernante español debería, para no caer en máximos errores, considerar las consecuencias que han manifestado, anteriormente, eminentes personalidades científicas y económicas. Una de ellas la aporta Max Weber, y se vincula con la liquidación de la difusión del castellano en Cataluña, a pesar de que el artículo 3 de la Constitución vigente señala que «el castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla», con la puntualización posterior del Tribunal Constitucional, en su STC 177/90, donde trata la presencia de lenguas regionales. Ante eso es preciso vigilar la posibilidad de que se intente la exclusividad, concretamente, de la enseñanza del catalán frente al castellano, superando los señalados planteamientos jurídicos.

¿Por qué este intento clarísimo y la cesión ante ello por el Gobierno Sánchez-Iglesias? La contestación la tenemos en una obra de Max Weber, cuya traducción al castellano por Joaquín Abellán, se puede leer su «Sociología del poder. Los tipos de dominación» (Alianza, 2007), donde se observa, en la pág. 64, esta aportación definitiva de ese maestro de la sociología que fue Max Weber: «La dominación que se ejerce en la escuela es la que determina la forma de hablar y de escribir que se considera correcta. Los dialectos que funcionaban como lengua de las cancillerías en las comunidades políticas autocéfalas se convirtieron en las formas de lenguaje y escritura correctas, generando separaciones nacionales (como por ejemplo entre Holanda y Alemania). Y la dominación paterna y la dominación escolar llegan en la formación de la juventud mucho más allá de su influencia sobre los bienes culturales de carácter formal, que por lo demás solo son formales aparentemente».

Por supuesto que esto nada tendría que ver, en principio, con la bondad literaria que tiene un texto en lenguas muy locales. Pero esa realidad que se inició precisamente con el romanticismo, y que fue clarísima en el caso concreto de Cataluña, pasa a tener, como indica Max Weber, consecuencias políticas. Éstas significan, automáticamente, que las disposiciones de política económica que aparezcan en esa región pasan a ser diferentes de las del resto del país. Y como consecuencia se origina la ruptura de mercado. Yo recuerdo mis conversaciones en Barcelona, cuando allí fui catedrático, con otro, precisamente, de Estética, José María Valverde, que captó perfectamente los costes económicos derivados de la belleza evidente de textos catalanes. Valverde comprendió la razón que aporta –en el momento del nacimiento de la vida económica actual–, esa obra considerable de Adam Smith, «Investigación de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones». En ella nos encontramos con un título del capítulo III titulado, «La división del trabajo está limitada por las dimensiones del mercado». Y esa división era el factor esencial para el progreso económico. Pero, como dice Max Weber, a través del idioma se crea separación, basada en legislación dispar de la existente en otras partes del territorio. Por tanto, el mercado se reduce, y en el caso de Cataluña, por su peso en el conjunto de la economía española tiene una doble consecuencia: por una parte, Cataluña se empobrece; pero por otra, también el resto de España.

Todo lo señalado además se encuentra en cualquier manual de economía; por ejemplo en el Curso de Economía moderna de Samuelson, donde dice como uno de los «problemas centrales de toda sociedad económica» es el de la dimensión del mercado. Con leer el apartado «Economía de la producción en gran escala», sabremos lo que ocurre con un mercado disminuido, como forzosamente sucederá si continua lo que acaba de aceptar el Gobierno Sánchez-Iglesias.

Hay que añadir que, en España, el problema del empleo es fundamental para el ámbito de obreros y empleados, los más vinculados electoralmente con el gobierno actual, y también con esa multitud de partidos separatistas surgidos en Cataluña. Y, curiosamente, se ha producido una amalgama que forzosamente sostiene medidas favorables al desempleo. Todos los economistas catalanes serios han señalado como se produjo desde el siglo XIX una afluencia de mano de obra de todo tipo, procedente de todas las regiones de España, hacia Cataluña. Para convencer de que eso no tenía nada que ver con todo lo que se acaba de señalar se lanzó la idea de que Cataluña era rica porque el resto de España la robaba desde el punto de vista económico. Un gran economista catalán, Perpiñá Grau demostró la falsedad de esa tesis.

Ahora, pasa a ser extraordinaria, con la exclusividad del catalán en Cataluña, a no ser que esas personalidades que he citado, los Weber, los Smith, o los Perpiñá, sean unos radicales ignorantes.