Opinión
Pobres chicos los que no lean a Lope
La Hansa era al comercio naviero del norte de Europa lo que la Mesta al ovino. Así como los castellanos señoreaban la producción lanar para Gran Bretaña o Flandes, la Liga Hanseática controlaba desde el Mar del Norte las mercancías desde Asia hasta Inglaterra. Lübeck, Hamburgo, Copenhague o Rotterdam trazaban el flujo de maderas escandinavas, carbones polacos o metales del Ruhr y los cambiaban por especias o sedas. Por eso la jovencita hamburguesa, justo al final de la Segunda Guerra Mundial, entró en la escuela de comercio, quizá una querencia. Y quiso el azar que comenzase a trabajar en la importación de café. ¿Cómo entenderse con Colombia? El escaso español de los estudios se quedaba corto. Así que viajó a España con 21 años. En 1958.
De la Alemania del Plan Marshall a la España de Franco. Ser institutriz se llevaba, y la rubia viajó de Madrid a Extremadura y San Sebastián. En seis meses vió arrear con látigos una piara bajo las encinas, torear en la Semana Grande y recorrió las iglesias madrileñas con velo. Aprendió palabras insólitas: custodia, zejones, burladeros, chato.
“Con el castellano se compran y venden café, frutas, azúcar, tabaco. Con él se viaja a Cartagena de Indias y a México. De su mano se leen miles de periódicos y se comercia en el mercado internacional. Pobres chicos los que no puedan leer a Lope o Cervantes”. Todavía arrastra acento la chica, las erres se le traban y las bes suenan como tapones de botellas de champán cuando se descorchan, pero hace mucho que la tortilla de patata y el vino son su dieta base y han hecho madre. Cuando tuvo que elegir escuela para sus hijas, descartó el colegio alemán: “Luego no hablan bien ni una cosa ni otra”. La chica ha tenido una hija abogado, que bucea en las leyes romanas; una hija actriz que recita a Calderón y una hija periodista. Siente dolor por los hijos de España que no aman el español. Es mi madre y tiene tanto mérito como La Latina.
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