Eutanasia

Lo único que es para siempre en la vida es la pérdida de la vida

Llega uno a dudar de si estamos invitando a saltar al tipo de la cornisa. Cabe aclarar que cuando lleva adelante la Ley de Eutanasia, el Gobierno y quien la apoya no pretenden matar. Lo que mueve a la gente es la compasión que, siendo un sentimiento noble, produce a veces monstruosidades. En la historia han existido asesinos muy compasivos. Decía que pienso en si al que vacila en el quicio de la ventana le vamos a decir que es libre de emprender el último vuelo en lugar de agarrarle de los tobillos, arrojarlo dentro de la casa, abrazarlo y jurarle que todo va a pasar. Se sabe a estas alturas que no todo pasa, pero lo único que es para siempre en la vida es la pérdida de la vida. Pensará alguno que ya está aquí el pesado habitual, el clásico metomentodo que impide a la gente saltar de un quinto, pero después de darle muchas vueltas al asunto, no se ve uno en el papel del amable ciudadano siempre dispuesto a empujar al suicida.

Cada muerte es un mundo. Hay gente que sobre el ejercicio de acercar un vaso de veneno a los labios del que no alcanza a moverse ha construido un acto que cabe en el amor. No parece razonable que entre la policía a ponerle las esposas a uno en el peor día de su vida. Claro que a ver cómo se legisla sobre esto sin que legalizando la excepción se abra la puerta a según qué versiones del horror.

Por lo general, a las leyes se les dan fatal los matices y la regla sobre la eutanasia entra en tres de los terrenos más resbaladizos en los que se mueve el ser humano: lo definitivo, lo soportable y la voluntad. En cuanto al primero, me asalta la certeza inquietante de que hay gente que vive su vida entera en el último minuto y que a veces, la felicidad llega en tiempo de descuento. Es cierto que no se pueden hacer hipótesis acerca de las felicidades futuras –a veces no se dejan ver–, pero entonces tampoco se debería legislar en torno a las desdichas futuras, pues a menudo remiten cuando uno menos se lo espera. La visión de lo que es soportable y de las condiciones para la felicidad tiene tantas medidas como personas. Hay gente que encuentra acomodo en un mundo postrado en una cama y grandes atletas perdidos en la desdicha. Quizás el concepto más esquivo de todos sea el de la voluntad, la capacidad que se tiene de saber si uno está verdaderamente convencido de algo y sobre todo, si cada uno accede a esa voluntad en igualdad de oportunidades.

La muerte a la que asiste la eutanasia está lejos de poder analizarse como un suicidio socrático en el que uno toma la decisión de decir «hasta aquí hemos llegado» teniendo en cuenta solamente la relación caprichosa entre la vida, la muerte y el peso de cada una de ellas . En el final asistido de personas enfermas y vulnerables que se considera aquí por primera vez un derecho, entran en juego otros factores como el acceso a cuidados paliativos o a ayudas a la dependencia que no llegan a todos los interesados. Esto provoca una enorme desigualdad entre unos y otros. Atendiendo a los ejemplos más sencillos, en una misma situación médica, hay enfermos a los que seguir viviendo les supone que su nieto deje de estudiar en el extranjero y a otros, no. Hasta que no se atienda a todo el mundo como merece, no va a ser igual de sacrosanta la voluntad del rico que del pobre.