Opinión

Felipe VI y la sed de sangre

Charles de Talleyrand (1754-1838) fue primer ministro de Francia y cuatro veces Ministro de Asuntos Exteriores. Sucedió, al frente del Gobierno, a Fouché, gran intrigante para unos, componedor para otros y a quien le han buscado émulos en la reciente –y ya pasada– política española. Talleyrand era partidario de «utilizar abstracciones para conseguir realidades». «Este es –dejó dicho– todo el arte de la política». Felipe VI de Borbón, rey sobre todo constitucional, quizá bebió de esas fuentes, con el aplauso de Jaime Alfonsín, cuando pergeñó su mensaje de Nochebuena. Había morbo –esa y no otra es la palabra y negarlo es estúpido– por saber cómo abordaría las peripecias, poco ejemplares, y la situación actual de su padre. Sin embargo, para el rey y para el país, es más importante la situación derivada de la pandemia, sus consecuencias y el futuro que hay que construir y que, como sostenía Popper, también depende de «nosotros mismos». El gobierno de Sánchez acaso hubiera deseado más censura a don Juan Carlos y más concreta, pero también está cómodo con el mensaje de Felipe VI. El inquilino de la Moncloa y los socialistas, salvo excepciones, prefieren la monarquía actual a la república con la que sueñan Iglesias y los «indepes» que aguardaban «sedientos de sangre» filopaterna el mensaje navideño, acaso con el ejemplo de la ingratitud filial shakesperiana de «El Rey Lear». Tendrán que esperar, cobijados en esa inmensa minoría del 0,3% de españoles que ven la monarquía como un problema, frente a la mayoría para la que Felipe VI, como Jefe del Estado, también encabeza una auténtica «república perfeccionada» como sostiene Manuel Conthe, ex-presidente de la CNMV. El rey fue tajante: «los principios éticos están por encima de la familia», pero más allá del morbo, recordó el valor de la Constitución y que «los avances de los últimos años son el resultado del reencuentro y el pacto entre los españoles después de un largo periodo de enfrentamientos y divisiones». El reencuentro que quieren deshacer los que en Nochebuena esperaban el mensaje real sedientos de sangre. De la abstracción a la realidad.