Opinión

El optimismo trágico

Una necesidad de dar sentido a la vida a pesar de las inevitables tragedias que experimentaremos

Ante una pandemia cargada de muerte y destrucción de empleo o de una nevada colosal acompañada de las temperaturas más bajas que se recuerden en décadas, son muchas las actitudes que se pueden tomar. Especialmente si te pillan de lleno, o te arrebatan lo que más querías. Con todo, siempre hay quien halla algo bueno en el desastre. O al menos, se enfrenta a estos episodios con algo más de resiliencia.

El término «optimismo trágico» lo acuñó el psiquiatra Viktor Frankl (1905-1997), quien tras pervivir tres años en Auschwitz y otros campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, volvió a Viena para seguir con sus investigaciones y métodos terapéuticos. Digamos que Frankl, que sobrevivió al horror nazi, es un optimista que no niega que las fatalidades se puedan producir, sino que ve en ellas un modo de crecer. El profesor publicó más de una treintena de libros como «El hombre en busca de sentido», en el que incluyó el ensayo sobre el optimismo trágico. Una necesidad de dar sentido a la vida a pesar de las inevitables tragedias que experimentaremos. Frankl divide en tres los baches de la vida. Lo denomina la «tríada trágica»: el sufrimiento, la culpa y la muerte. El psiquiatra reconoce que es complicado hallar una motivación o significado en la dificultad. Aunque advierte de que, si no lo hacemos, nuestra sensación de falta de propósito podría llevarnos a la depresión, la agresión y la adicción. Al contrario de los populistas que tan de moda se han puesto en nuestras sociedades, Frankl sí da soluciones. Se puede encontrar sentido a través de nuestro trabajo, del servicio a la sociedad, de nuestras experiencias o encuentros con otras personas, del intercambio, del amor. También, siendo capaces de estar por encima del drama, creciendo desde el sufrimiento inevitable que experimentaremos como seres humanos. Así, uno puede levantarse en plena tormenta Filomena y valorar las risas de los niños jugando en el centro de Madrid, una algarabía infantil ante su primer contacto con la nieve cosmopolita. Y ante la capa blanca que cubre las calles y destroza los planes, decidir dar un servicio: el personal sanitario que ha doblado turnos ante la imposibilidad de que los relevaran, los que han recorrido más de 17 km a pie para llegar a la guardia al hospital, los conductores de todoterrenos que se ofrecen para urgencias y transportar a doctores y enfermeros, los vecinos que retiran la nieve de los portales y las alcantarillas con palas, o los jóvenes que ayudan a empujar los enormes bloques de nieve de tejados y balcones antes de que se hielen.

Los que igual ya sabían de la existencia de este optimismo trágico y han estado raudos en aquello de superarse son los amantes de los deportes de invierno que no dudaron en sacar todo el equipo y convertir esta paralizada Madrid en una enorme pista de esquí.