Opinión

La niña bruja

No respondía a los gritos ni a las caricias y, cuando una cría de cuatro años permanece en silencio, es que el espíritu maligno ronda el pueblo. Otros empezaron a morir en aquella aldea de Ghana. Cuando falleció el primero, la miraron de reojo. Cuando enterraron al siguiente, empezaron las murmuraciones; cuando hubo que llorar a quince, uno tras otro, las habladurías se habían convertido en estruendo. La niña Sara era la culpable. El espíritu la habitaba, era preciso eliminarla. Sus propios parientes hablaron con los padres, la ley era rotunda, por culpa de una no podía sufrir toda la comunidad. Sara tenía que ser sacrificada como cada albino o gemelo endemoniado, como cada brujo que inoculaba la maldición en la tribu.
Una mujer robusta se alzó en medio de la plaza donde se decidía sobre Sara y se negó a la ejecución. «La niña sólo necesita ayuda. Sara es de Dios, si le tocáis un pelo, os tendréis que enfrentar a mí». Menuda es la hermana Stan. Gruesa, con la cara redonda como la luna llena y las manos rápidas, gobierna ella sola una residencia de discapacitados en el pueblo de Yendi, donde los críos aprenden, cantan y juegan, tengan síndrome down, retraso, autismo o limitaciones físicas. Hubo silencio en la plaza amotinada y miradas de rencor de los más viejos. Qué sabría esa gorda. La niña era culpable ya de quince muertes, el mal es el mal, el que no lo sepa reconocer es también reo de muerte. La hermana Stan aferró a Sara. Alguno de los más fuertes hizo ademán de impedirlo, pero ella se irguió en toda su estatura y metió a la cría en el todoterreno. Bueno, pensaron, si se la lleva, se lleva con ella la maldición. Que arrostre las consecuencias.
Hoy Sara vive con otros 78 niños y niñas en Yendi. Ya tiene doce años, ayuda a cuidar a los pequeños y está entusiasmada con sus clases. Puede que en esta semana de la Infancia Misionera quieras colaborar con Sor Stan Teresa y su Hogar de Nazaret. Hay un bizum 00500 y cuentas de Obras Misionales Pontificias en todos los bancos.