Salvador Illa
Los principios del sepulturero
Pero resulta inadmisible gobernar y/o pactar con una gente volcada en una supernova de naciones ibéricas
La candidatura del ministro del exceso de muertos, 80.000, ha sido saludada como un mal menor. Curtido en las mezquindades internas de los partidos Salvador Illa representa el prototipo del apparatchik. Sabemos de su catastrófica actividad al frente del ministerio de Sanidad. En lo ideológico, igual que su viejo protector, Miquel Iceta, defiende que Cataluña es una nación. Consideran que las naciones no son hijas de la modernidad sino barrocos artefactos culturales, con un ancla en el pasado y otro en el corazoncito de sus feligreses. En cuanto al moderado optimismo con que lo saludan algunos lamento recordar que el PSC ha tolerado muchos de los desvaríos nacionalistas. Junto a la otra de las patas del circo político ibérico, la facción catalana de Podemos, no descarta compartir aventura con ERC. Sus dirigentes sueñan con reeditar un tripartito donde los corsarios de Esquerra jugarían al martirologio, y a defender un ideal eternamente aplazado, mientras la huestes del alcaldesa/activista y el PSC blanquean un catalanismo que no es sino otra forma de conjugar las peores deyecciones xenófobas.
Durante décadas, pensando en otros beneficios, algunos tan atendibles como la gobernabilidad del país, muchos disculparon e ignoraron, ignoramos, vaya, la ponzoña oculta bajo el virus catalanista. Cuando la mera invocación de, digamos, un teórico españolismo provoca las lógicas prevenciones en cualquier demócrata equipado de memoria. Si el personal juega a transformar el terruño en su principal vector ideológico brotan monstruos tan exóticos, e indefendibles, como el murcianismo, el castellanismo, el madrileñismo o el asturianismo. Que el catalanismo goce de bula puede entenderse por nuestro empeño suicida en cauterizar traumas mediante la renuncia a los principios más elementales del Estado moderno. De forma inevitable el PSC avala el sustrato ideológico de ERC, que disculpa y fomenta. Pero resulta inadmisible gobernar y/o pactar con una gente volcada en una supernova de naciones ibéricas, los ricos con los ricos, los mitos con los mitos y a cada uno, a cada ciudadano, según su influencia, su boina y su tribu. El PSC, de paso, promete un referéndum inconstitucional y planea regresar al poder con la ayuda de unos fanáticos que aspiran a liquidar la redistribución de los recursos y los derechos del resto de españoles, por supuestísimo los de aquellos que viven en Cataluña, tienen el castellano como lengua materna y defienden el bilingüismo, verbigracia que sus hijos puedan educarse en su lengua materna, koiné de 400 millones.
Nada me haría más feliz que el PSC vete la torrencial demencia étnico lingüística de los demagogos con los que rema, que no traicione a lo últimos votantes del cinturón industrial, a los hijos y nietos de los inmigrantes de los sesenta y setenta, que cambie el rumbo y pacte con los zurcidos restos del constitucionalismo. Pero la aritmética es tozuda, la tarta golosa y, todavía peor, Iceta, Illa y el resto de la comparsa son algo más que unos oportunistas. Quiero decir que tienen principios. Otra cosa es que sean incompatibles con los logros de 1978, apuestos enterradores del mejor periodo de nuestra historia.
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