Política
Pasión de radicales
«La alternativa a la radicalidad nunca podrá ser otra radicalidad, sino la moderación»
El populismo es el principal problema de la democracia. Se trata de un fenómeno político que se asienta sobre la ideología tradicional de la derecha o de la izquierda, pero con bases mucho más radicales e intolerantes, creando partidos alternativos a los tradicionales, con propuestas encarnadas en un discurso plagado de soluciones sencillas para asuntos complejos, casi siempre relacionadas con la idea de contundencia o la supresión de los adversarios políticos. El proyecto de todo partido populista suele consistir en cambiar el sistema. Por eso, derribar la monarquía, en un caso, o acabar con las autonomías, en otro, se convierte en el objetivo final. Digan lo que digan sobre la Constitución de su país, su objetivo es saltar sobre ella, avanzando hacia un sistema de partido y pensamiento único, con un poder judicial supeditado al ejecutivo y con una estructura política en la que el pluralismo y la libertad ideológica estén muy debilitadas. El mayor riesgo que existe, cuando aparecen este tipo de partidos populistas y/o radicales, es que consigan contaminar a los partidos tradicionales o lleguen a gobernar. En España, por desgracia, ya han sucedido las dos cosas, porque el Gobierno de Pedro Sánchez es una coalición entre un partido populista y radical, Podemos, y un partido contaminado por el populismo y muy radicalizado, el PSOE. Los daños que produce un Gobierno así ya los vamos conociendo en el peor momento posible: inacción frente a una pandemia, grave crisis económica y una crisis política e institucional en ciernes. Es lo que pasa cuando un Gobierno toma decisiones contrarias al Estado, abriendo conflicto tras conflicto con otros poderes e instancias de nuestro sistema institucional. Además de estos daños, graves de por sí, la existencia de estas formaciones políticas y su presencia en el Gobierno provoca consecuencias graves en la propia actividad pública, porque promueven un estilo de mala política. Una política de lo fácil, en la que el argumento se sustituye por el insulto, los datos por la retórica más simple y el análisis por la mera descalificación, cuanto más sectaria y partidista mejor. Un estilo terrible, al que no hay desgracia que se le resista. Se hace oposición hasta con una nevada, y arrimar el hombro se sustituye por un ejercicio egoísta de arrimar la ascua al sol que más calienta. Hasta la construcción de un hospital puede convertirse en objeto de una campaña de acoso y derribo por parte de quienes, en el fondo, prefieren una sanidad precaria y coyunturalista. El problema se da a los dos lados del arco ideológico. Una auténtica pasión de radicales, que demuestra quién es quién y quién está en estos momentos representando la auténtica alternativa a Pedro Sánchez. La alternativa a la radicalidad nunca podrá ser otra radicalidad, sino la moderación, el rigor, los principios y valores, el respeto a nuestras leyes, la tolerancia, la libertad y la democracia. Cada día que pasa se hace más necesario que nuestro país vuelva a contar con un Gobierno que gestione la realidad con pragmatismo liberal y sin abandonar los valores de la libertad y el pluralismo.
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