Partido Popular

La vara mágica

No se puede seguir hablando de las dos varas de medir. No las hay. Hay una, y por arte de magia siempre se aplica al mismo sujeto y con el mismo fin.

La famosa regeneración que tanto entusiasmo levantó hace unos años, era, más que cualquier otra cosa, un instrumento partidista… para utilizarlo contra el PP. Y no porque los demás partidos, el PSOE y los nacionalistas, no se vean afectados por la corrupción, como muy bien recordaba ayer en esta mismas páginas Antonio Martín Beaumont, sino porque el PP no utiliza la corrupción de los demás para atacarlos como los demás le atacan a él. Lo podría hacer si quisiera. En los últimos tiempos de Rajoy, en el PP se entretuvieron con algunos ajustes de cuentas internos, con acusaciones de corrupción y la regeneración como bandera. Pero lo que valía para adentro no valía, por lo que se ha visto, para fuera.

Así que enormidades como la escandalosa contribución del juez de Prada a la sentencia sobre Gürtel, la misma que provocó la caída de Mariano Rajoy han quedado sin respuesta. Imagínese usted lo que le habría ocurrido a un juez que se hubiera atrevido a hacer algo parecido con el PSOE…

Ahora ya es tarde, y ya todos hemos comprendido por qué, además del llamado «efecto Illa», el PSOE estaba empeñado en que las elecciones catalanas se celebraran ahora. En cambio, quizás no sea del todo tarde para comprender que la actitud de un partido político ante hechos como este, tan perfectamente asimilados por la sociedad española, no puede ser sólo la del diagnóstico y la queja. Un político no es un comentarista de la actualidad. Es de suponer que entiende que su deber es saber cómo contrarrestar los golpes de su adversario y, en su momento –que siempre llega– devolvérselos. La «ejemplaridad», aparte de ser el signo de una hipocresía sin límites, es también una trampa política. Nunca nadie –tampoco antes de Maquiavelo– le ha pedido a un político que sea ejemplar. Se le pide que sepa llegar y mantenerse en el poder, que sea eficaz y que defienda los intereses de aquellos que representa, o quiere representar, con solvencia. Y eso incluye hacer lo que tiene que hacer para no tropezar y caer en cada una de las trampas que se les ocurra plantar a sus adversarios.

En el PP esperaban que con el tiempo y la renovación interna se pasaría la ola purificadora. Es conocer poco, y mal, al PSOE, algo sorprendente después de tantos años de democracia. A partir de aquí, lo peor será caer en la tentación de utilizar el actual escándalo para intentar compensar un resultado mediocre electoral en Cataluña.

Si el proceso ahora en curso tiene consecuencias en las elecciones, será porque en el PP no han conseguido detenerlo a tiempo, o compensarlo con una maniobra similar que pueda neutralizar las sobreactuaciones de virtud –y ejemplaridad– ciudadanas que se permite su adversario, en tono buenista, además, como si el tiempo prolongase por años sin término las innumerables décadas de honradez del socialismo español. No se puede seguir hablando de las dos varas de medir. No las hay. Hay una, y por arte de magia siempre se aplica al mismo sujeto y con el mismo fin.