Opinión
Génova es la culpable
Es ilusorio pensar que unas elecciones autonómicas puedan significar el fin de un proceso que tiene a Cataluña sumida en un bucle patológico de autoidentificación desde hace una década, pero aspiremos al menos a que representen el principio de ese fin y el comienzo de un tiempo nuevo.
Hace tres años, la participación electoral alcanzó un récord de casi el 80% del censo, en una movilización histórica tras el 1-O y el discurso del Rey. El domingo pasado la abstención fue la que se llevó el palmarés –por la pandemia, sin duda– pero por ello también, hubo un récord de voto por correo.
Esa desmovilización implica una clara desmotivación y desencanto ciudadanos ante una situación política que, superpuesta a la pandemia y a la crisis económica y social, deberían invitar a los partidos a una seria reflexión. Las penalidades que se afrontan y anuncian son demasiado duras como para seguir engañando a la población con quimeras y utopías. Por el bien de todos, es preciso ayudar a que Cataluña se libere de la «rauxa» –no hay mal que cien años dure– y vuelva al «seny».
En ello, los dirigentes de los partidos tienen una grave responsabilidad que, sin duda, les será exigida cuando la normalidad retorne a las mentes y los corazones, hoy turbados en exceso. Algunos ya han comenzado a actuar, como el PP abandonando su histórica sede de Génova, por estar «investigada por corrupción». Que cunda el ejemplo y, al menos, dimitan los edificios.
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