Política

Violencia contra el «régimen del 78»

Los graves incidentes producidos en varias ciudades españolas, especialmente en Barcelona y Madrid, a cuenta de la entrada en prisión de Pablo Hasel por reincidir en enaltecimiento del terrorismo –no por injurias a la Corona–, ha abierto otra brecha en la coalición encabezada por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Como en tantas otras, acabará diluida en el tóxico discurso de Podemos culpando a la calidad democrática de nuestro país, y la portavoz gubernamental dirá que todo es un mala interpretación –como así ha hecho María Jesús Montero– y que la estabilidad del Ejecutivo está fuera de toda duda. Unidas Podemos no sólo no ha condenado estos actos de barbarie, sino que ha mostrado su comprensión con los manifestantes violentos y ha criticado la actuación policial. El dirigente y diputado de Podemos Pablo Echenique ha ido aún más lejos con un tuit en el que muestra «todo su apoyo a los jóvenes antifascistas». Sin entrar en la apropiación de un término que sólo adquiere sentido cuando es un rechazo democrático a todos los totalitarismos –de izquierda y de derecha–, algo que Podemos no asume porque es muy comprensivo con regímenes liberticidas como Venezuela y Cuba, que un partido que se sienta en el Consejo de Ministros acepte la violencia no deja de ser una anomalía. Como dice el propio Iglesias, una «anomalía democrática» que anida en el corazón de nuestro sistema político. Una aberración política y moral que el presidente del Gobierno debería corregir –aunque ha demostrado que no está entre sus prioridades– exigiendo una rectificación a su socio principal porque no puede haber ninguna complicidad con aquellos que quieren acabar con la legalidad. Lo escribió la filósofa alemana Hannah Arendt, «el poder y la violencia son opuestos» y allí donde aparece la violencia, «si se permite que siga su curso, lleva a la desaparición del poder». Si desde el Ejecutivo se acepta como legítimas expresiones de vandalismo como las que se han vivido estos días, Sánchez tienen un serio problema en su Gobierno que puede, por lo menos, afectar nuestra credibilidad internacional.

Sabíamos que Iglesias admiraba a ETA porque, dice, fueron los primeros en comprender que el Estado democrático era irreformable y había que dinamitarlo, que considera a Otegi un hombre de paz o que congenia con el independentismo más insurrecto y fanático, pero desde la vicepresidencia del Gobierno es exigible un comportamiento que no perjudique a España, a su prestigio internacional en un momento en que es urgente que la UE facilite las ayudas del Plan de Recuperación contra la pandemia cuanto antes –planes que requerirán reformas–, algo en lo que Iglesias no va a colaborar porque ya sabemos que su paso por el Gobierno es utilizar todo el poder que ostenta para acabar con el «régimen del 78». Ahora está claro que incendiar la calle rema en la misma dirección.