Partido Popular
Modernos e inteligentes
Empeñarse en seguir hablando de Constitución o de constitucionalismo sin patria y sin nación es una ficción en la que confían cada vez menos electores o ciudadanos españoles
En una entrevista reciente, concedida para explicar su retirada, Jean-Jacques Picart, un gurú de la moda parisina, confesó: “No es suficiente con ser modernos… también queremos parecer inteligentes”. La recomendación no le vendría mal a los líderes de Ciudadanos. De tan modernos como han querido ser parecen haberse olvidado que conviene, al menos, parecer no demasiado tontos. Fundado pronto hará quince años como la alternativa al nacionalismo en Cataluña, fueron los primeros –después del quiebro del PP en 1996- en empezar a elaborar una alternativa real, política, a lo que muchos no comprendían todavía como secesionismo. Se explica así su éxito en 2017, cuando, al culminar el “procés”, quedó clara la naturaleza del nacionalismo, aunque todavía no se hubieran sacado todas las consecuencias del intento de secesión. (En el PSOE siguen sin sacarlas.) Claro que luego Ciudadanos, por eso de la modernidad, quiso serlo tanto y con tal derroche de cosmopolitismo y urbanismo (de urbanitas, como en su día presumieron serlo los cuadros de Ciudadanos), que se fugaron nada menos que a Madrid y se quedaron sin parroquia electoral. Habían dicho que querían una alternativa a la Cataluña nacionalista, no que aspiraban a transformarse en criaturas incorpóreas y postidentitarias.
El PP tiene una trayectoria muy distinta, que le empujaba en una dirección diferente, o directamente contraria, al objetivo que se ha marcado Ciudadanos. Ahora bien, en su estrategia de mimetizarse con estos y acabar fagocitándoselos, corre el riesgo de padecer un curioso “procés” de transustanciación. Primero, hace ya unos cuantos años, se convirtieron en un partido de cuadros. Así dejaron atrás lo que caracterizó el partido desde su fundación por Fraga y su refundación por Aznar, como es su naturaleza popular, la de un partido en el que se veían reflejados todos y cada uno de los segmentos de la sociedad española. Ahora, los dirigentes del PP parecen decididos a subir un peldaño más en la abstracción. Habiendo puesto en sordina su antigua conexión con el pueblo, se dirigen a las alturas de quienes pertenecen a una comunidad política definida sólo por la lealtad a unos principios de derecho constitucional, con la nación en un discreto segundo plano.
Y sin embargo, no se puede olvidar lo obvio, aquello que expresa tan certeramente la Constitución, como es que la “Constitución –la misma- se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. En otras palabras, empeñarse en seguir hablando de Constitución o de constitucionalismo sin patria y sin nación –indisolubles e indivisibles, por si acaso no estaba claro- es una ficción en la que confían cada vez menos electores o ciudadanos españoles. Y no hay ninguna falta de moderación en esa actitud, sobre todo cuando los socialistas evocan su propio constitucionalismo para tender bonitos puentes de diálogo con el “nuevo independentismo gradualista”, que es como ahora se caracteriza la propuesta de ERC, sumamente postnacional, como es bien sabido. En realidad, lo postnacional acaba siempre con la promoción del nacionalismo y el desmantelamiento de la nación española. La historia no para de repetirse.
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