Pablo Iglesias

Democracia asimétrica

Las peticiones de Iglesias y compañía manifiestan una peligrosa tendencia hacia la democracia asimétrica, en su máxima expresión, que conlleva la eliminación de la libertad y la igualdad

Hace pocas semanas aparecía la noticia de que España, según la Unidad de Inteligencia de The Economist, es una democracia plena. Sin embargo, para el vicepresidente del Gobierno y la mayoría de sus socios (a veces parece que todos) es una democracia imperfecta, incompleta, defectuosa y expresión de otras cuantas carencias. Para corregirlas exigen ampliar ciertos derechos a algunos sujetos, no a todos los ciudadanos; por ejemplo el de expresión, hasta convertirlo en absoluto, sin reciprocidad; y el de manifestación, con el complemento, más o menos, encubierto de la prerrogativa de destrucción de bienes públicos y privados; agresión a las fuerzas del orden; desobediencia a la ley, según convenga, e incumplimiento de la sentencia de los Tribunales de Justicia, incluidos el Supremo y el Constitucional. Además de la supresión de otros derechos como el de propiedad; sin motivos de utilidad pública, ni compensación alguna, simplemente por okupación.

A la vista de ambas estimaciones ¿qué valoración merece más crédito, la de la sección especializada del mencionado semanario británico; que establece anualmente el índice de referencia sobre calidad democrática en el mundo; o la de Pablo Iglesias? En cualquier caso sería bueno tener en cuenta que la defensa de la separación de poderes; el fortalecimiento de las instituciones; el sometimiento de la acción gubernamental al control parlamentario; el respeto escrupuloso a la Constitución en el mantenimiento de las libertades públicas; y la obligación de hacer llegar a los ciudadanos la información, veraz y suficiente, para que ejerzan sus derechos democráticos, son otros tantos factores claves para la evaluación cualitativa de nuestra democracia. En este sentido deberemos reconocer que el secretario general de Podemos tiene mucha relación con el hecho de que España haya descendido seis puestos en esa clasificación, durante el último año. A estas alturas parece un milagro que figuremos todavía por delante de países como Francia, Estados Unidos, Italia o Portugal.

Ciertamente no somos una democracia perfecta. La democracia liberal es, por naturaleza, una creación imperfecta, pero sigue siendo el tipo superior de vida pública hasta ahora conocido. Un pacto social para garantizar la libertad, la igualdad y los derechos y deberes de todos los ciudadanos. Viniendo de donde viene (populistas, separatistas y otros grupos anticonstitucionales), la demanda de introducir determinados cambios en nuestro sistema político, es lógico pensar que los resultados serían, cuando menos, dudosamente deseables. Me temo, que aún en circunstancias bien distintas, correríamos el peligro de tener que recordar aquello de E. Burke: “Una democracia perfecta es la cosa más desvergonzada del mundo”. Bastaría mirar los modelos propuestos por los “profetas de la perfección”: Cuba, Venezuela, etc., para comprender los recelos.

Las sociedades actuales, asomadas a un escenario trasnacional, sometidas a la globalización, resultan cada vez más complejas y heterogéneas desde cualquier punto de vista: socioeconómico, etnocultural, de mentalidades, … etc. Las desigualdades de todo tipo, derivadas de los problemas de representatividad de las numerosas minorías; de la evidente amenaza de marginación de grupos en posición de gran debilidad, y tantas otras situaciones que amenazan la ruptura del tejido social; reclaman las necesarias respuestas políticas, en busca de la inclusión de un número, cada vez mayor, de personas en trance de exclusión. Se ponen así a prueba las posibilidades de la democracia “tradicional” para conjugar, en tales circunstancias, sus principios irrenunciables de libertad e igualdad. En ese contexto, se propugna en las últimas décadas como respuesta a estos desafíos la democracia asimétrica, en clave postmoderna. Aunque en la práctica no se han conseguido los logros que “justificarían” su implantación; antes bien, sus contradicciones; más que resolver las dificultades existentes tienden a agudizarlas. Como casi siempre, la realidad condena a los “post” a seguir siéndolo.

Las peticiones de Iglesias y compañía manifiestan una peligrosa tendencia hacia la democracia asimétrica, en su máxima expresión, que conlleva la eliminación de la libertad y la igualdad, mediante la imposición de un igualitarismo de matriz totalitaria disfrazada de ceremonial anarcoide. Mientras, se va desarrollando otro modelo de asimetría democrática a la española. Se trata de una variante castiza, profundamente enraizada en la esencia de nuestra sociedad. Veamos algunas de sus características: a) exigencia de derechos y elusión de deberes; b) los derechos propios deben ser “naturalmente” superiores a los ajenos; c) unas regiones del país han de disfrutar mayores derechos que las otras; d) la diferencia de género o géneros debe concretarse en derechos desiguales; e) la calle es el escenario de confrontación con las urnas; f) la información conviene que quede en manos de unos pocos y el resto estará perfectamente desinformado; g) el recurso habitual del representante elegido a engañar a su representado; h) la identificación de la democracia con un simple procedimiento sin verdadero valor social; i) la expulsión del adversario político, del ámbito democrático…; entre otras.

La expresión final de estas prácticas se concreta exclusivamente en el beneficio propio de los políticos y sus partidos. Pero se trata de un antiguo hábito, como podríamos comprobar en múltiples ocasiones. Así, por ejemplo, cuando Gil Robles acusaba a los socialistas, tras las elecciones de 1933, de admitir la democracia sólo cuando les convenía, se encontró con esta respuesta de Largo Caballero: “pues bien, yo tengo que decir con franqueza que es verdad”. Ahora se mantiene la tentación, pero se ha perdido la franqueza.

Emilio de Diego, de la Real Academia de Doctores de España