
Alejandra Clements
Primeras veces
En el país de las primeras veces parecía no haber espacio para la sorpresa. Tras convivir con largos periodos de gobiernos en funciones, vetos cruzados al infinito, un Congreso hiperfragmentado, ejecutivos de coalición en La Moncloa y hasta la abdicación de un rey, la «primera vez» de esta semana nos regala cinco mociones de censura casi simultáneas y un movimiento estratégico solo capaz de ser emulado por la política italiana. Tsunami, terremoto, efecto mariposa murciano. Distintas formas de (intentar) describir lo que ha ocurrido, obviando, quizá, que todas las pistas para este giro estaban ya ante nuestros ojos, como esos pasatiempos que consisten en unir puntos para formar una imagen: en este caso, la de Inés Arrimadas. Heredó un partido en ruinas, al que muchos daban por amortizado desde el 10-N, apenas tiene margen de maniobra parlamentaria con diez escaños y, además, debe adoptar todas sus decisiones con la certeza de que unos y otros, a derecha y a izquierda, aspiran a engullir sus siglas, sus cargos y, por supuesto, sus votos. Una complicada situación en la que perpetuarse o de la que intentar salir. Arrimadas podía asumir el papel que otros le diseñan (el de partido de centro sin autonomía propia y siempre a punto de la desaparición) o podía defender la independencia de Ciudadanos, como sujeto político vivo capaz de tomar decisiones y de generar movimientos. Esto (que, inevitablemente, a unos gustará y a otros no; a unos beneficiará y a otros no) es una de las esencias de la política: asumir riesgos. El mayor atrevimiento de la era Arrimadas se convierte (de nuevo) en otra primera vez, la del gran órdago de Cs, como siguiendo el consejo de Kamala Harris que defiende que «el capital político no genera dividendos. Tienes que gastártelo y asumir las pérdidas». Y en esas estamos.
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