Política

Violencia según Montero

«Se trata de controlar las palabras para controlar el discurso público»

La ministra de Igualdad, Irene Montero, ha entrado en campaña electoral reprochando a los gobiernos de la derecha que hayan convertido a Madrid en una comunidad insegura para las mujeres. La razón, de acuerdo con Montero, es que la corrupción, los recortes y las privatizaciones constituyen una forma de violencia económica contra las mujeres. Más allá de lo justificadas o injustificadas que estén sus críticas a determinadas decisiones políticas relativas a los recortes o las privatizaciones de servicios que la ministra cree que deberían ser indiscutiblemente públicos, lo que más me sorprende de este tipo de declaraciones es como, una vez más, la izquierda utiliza el término violencia para referirse a casi todo salvo para denominar así a la auténtica y genuina violencia. Así, como en este caso, el recorte de una partida presupuestaria es violencia económica pero, en cambio, la violencia callejera que destrozaba locales comerciales en varias ciudades de España hace apenas unas semanas no cabía calificarlo (y mucho menos condenarlo) de violencia. Asimismo, Montero también tildó de «violencia política» el que el Partido Popular cuestionara los méritos de las políticas «feministas» para alcanzar altos puestos de responsabilidad en la administración (algo que en todo caso podría ser un comportamiento artero y maleducado, pero desde luego no violento). Parecería, pues, que de lo que se trata es de colonizar el significante de «violencia» para rellenarlo con aquel significado que sea conveniente políticamente para manipular a la población: así, si los recortes o las privatizaciones no nos gustan porque reducen el poder del Estado, entonces habrá que tacharlas de violencia (aun cuando no guarden ningún tipo de relación con la coerción o la coacción de nadie sobre nadie); en cambio, si simpatizamos con determinadas protestas que sí implican el uso de la violencia (a mayor o menor escala, pero en todo caso violencia), entonces habrá que omitir calificarlas como violencia. Se trata, en suma, de controlar las palabras para controlar el discurso público y, a través de él, generar hegemonía cultural. Por eso es tan importante destapar el uso tramposo que están haciendo del lenguaje: violencia no es que un rival político aplique su programa electoral o emita sus opiniones sin ejercer coacción alguna sobre terceras personas.