Vacunación

Cuidado con la Sputnik

Si algo nos ha enseñado Putin desde que asumió el poder con el inicio del siglo es que fiarse de él es un error

Tienen razón aquellos que se muestran dispuestos a adquirir vacunas contra el covid aunque sea en el infierno. La necesidad de dejar atrás esta calamidad sanitaria obliga a actuar con presteza y, si es necesario, incluso con cierta osadía. Pero no sería razonable dejar atrás un mínimo de prudencia.

En los últimos días hemos conocido la disposición de la Comunidad de Madrid de, al menos, disponer de información sobre la vacuna Sputnik V. Hace tiempo que Hungría y Eslovaquia, países miembros de la Unión Europea, adquirieron y administran esa vacuna a sus ciudadanos. Austria no descarta hacerlo. El lander de Baviera ya ha comprometido la compra de dos millones de dosis. El gobierno federal de Alemania ha dicho que lo hará en cuanto la Agencia Europea del Medicamento dé su visto bueno. Y hasta Pedro Sánchez ha dejado abierta la puerta a estudiar esa posibilidad, no sin antes haber enviado a sus ministros a despotricar contra Isabel Díaz Ayuso por haber hecho lo mismo unos días antes, y justo después de que Bruselas diera su plácet a los países que adopten esa iniciativa.

Que el proceso de vacunación en Rusia sea tan deficiente como el europeo, que los ciudadanos rusos no muestren entusiasmo alguno por inocularse la Sputnik, que el primer ministro eslovaco haya tenido que dimitir después de haber comprado dos millones de dosis de la vacuna rusa sin avisar a nadie, o que el gobierno de Vladimir Putin siga sin mostrar a las autoridades sanitarias europeas los datos que deberían probar la eficacia de su fármaco son solo unos cuantos indicios de que conviene tomarse este asunto con sensatez. Y, cuando se trata de la Rusia de Putin, actuar con sensatez es no fiarse ni un poco.

La única pista fiable de que la Sputnik V pudiera funcionar es que no se puede descartar que su creación sea fruto, al menos parcialmente, del intento –quizá exitoso– de robo que hackers rusos realizaron varias veces desde el pasado verano a los laboratorios americanos y británicos que investigaban las vacunas que hoy se administran en los países de Occidente.

Que Rusia utilice la Sputnik –igual que los gasoductos Nord Stream que llevan su gas a Alemania– como herramienta de política exterior es algo que está dentro de la lógica en las relaciones internacionales. Que los países occidentales estén dispuestos a comprar la Sputnik en una situación de tanta necesidad como la actual está dentro de la lógica sanitaria, porque la vida de las personas es lo primero. Pero que la desesperación nos haga caer en la precipitación tendría efectos indeseables en lo sanitario –lo más importante–, y también en lo político.

Si algo nos ha enseñado Putin desde que asumió el poder con el inicio del siglo es que fiarse de él es un error. En el año 2000 era un error de principiantes, porque no se le conocía. Ahora sería un error inconcebible. Y tendría consecuencias en el largo plazo, porque el presidente ruso se ha asegurado esta semana la posibilidad de perpetuarse en el poder hasta 2036. Sin pudor.