Opinión

El cuaderno de Chapu Apaolaza: ‘Coleticidio’

Me gustaría saber qué fue de la coleta. Tal vez languidezca en el suelo de Salón de Belleza de Pablo El Tijerita extraña como un miembro cortado

Iglesias se ha cortado la coleta, metáfora capilar de mi Españita podenca. Hoy me acuerdo de cuando se presentó a las primeras elecciones y en la papeleta puso su cara -el ‘gepeto’, que diría Vane-, y también puso su coleta para que la gente lo pudiera reconocer como un político con cabeza y también con pelazo. Hoy aparece en una foto en ‘La Vanguardia’, bellísimo sin pelo después del coleticidio y con pose de lector interesado, -Laclau lo garçon-, casi un cruce de Cayetano de domingo por la mañana y Stalin leyendo de joven.

Me gustaría saber qué fue de la coleta. Tal vez languidezca en el suelo de Salón de Belleza de Pablo El Tijerita extraña como un miembro cortado. Acaso la hayan recogido y la guarden como se guarda un rabo que cortó Manolete -casi Isabel Díaz Ayuso-, o como una reliquia de esta nueva religión que predican en la que él es el Cristo clavado en una cruz de palabras. Quizás hagan de ese pelo exvotos para socialdemócratas reconvertidos, vendedores de crecepelo del algún nuevo socialismo latinoamericano, reliquias del Sisepuede o bien polvo afrodisíaco para filtros de amor del brujo de Galapagar. El pelo cortado guarda la energía del que lo llevó en la cabeza y el eco de las caricias de los que lo tocaron. Mi tío Pepe murió de unas fiebres en una cacería en el Siam y la tía Sofía nunca más se cortó aquel pelo “porque lo había tocado Pepe”.

Ah, Iglesias, Sansón y torerillo, siempre ceremonial de algo, susurro sobre la importancia de cada cosa, gravedad, aroma de acondicionador, coletilla de que todos sabemos que esto o aquello y golpe de nuca como de echarse hacia atrás la melena al salir del agua de la piscina del Foro de Sao Paulo. Todos sabíamos que se iba a cortar la coleta después de la faena de Madrid, pues Iglesias nunca tuvo un pelo de tonto y sabía que el tiempo, las encuestas y los despachos estaban en su contra. Tuvo un cortacésped, una tinaja en el jardín de la Moncloíta, tres cuartas partes del país hasta el moño, un chalé, un autobús de aplaudidores, una mujer en la barrera y esa Españita que para él traía una finca en cada pitón. Para ser un torero retirado solo le falta el Mercedes; el cortijo, ya lo tiene.

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