Marruecos

Hay que hablar con Washington

El más elemental de los análisis sobre la política exterior del reino de Marruecos debía concluir que Rabat iba a aprovechar el espaldarazo del reconocimiento de su soberanía sobre el Sahara por parte de los Estados Unidos, el único país que lo ha hecho, para conseguir, al menos, la aceptación del hecho consumado por parte de la Unión Europea, especialmente, de España y Francia, que son sus principales socios comerciales. De ahí que en la interpretación marroquí, el reclamo de la celebración del referéndum que auspicia la ONU por parte del ex vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, y el posterior intento de ocultar el acogimiento al líder del Polisario sólo podían traducirse en la reafirmación de la doctrina española sobre el estatus de su antigua provincia, contraria al reconocimiento oficial de la anexión, amén de una expresión de disgusto por la decisión unilateral norteamericana. No es, por lo tanto, descartable en absoluto que el gobierno alauí prolongue el actual conflicto diplomático con España, incluso, aunque se vean afectadas gravemente las poblaciones rifeñas que dependen de los intercambios comerciales con las ciudades españolas de Ceuta y Melilla. Es cierto, y así lo venimos señalando desde el principio de la crisis, que el Gobierno cometió un error al intentar pasar de matute al líder polisario, pero, también, que la respuesta marroquí, intencionadamente desproporcionada, no puede forzar un cambio en nuestra posición frente al conflicto saharaui, que es, por cierto, la misma que mantiene la Unión Europea. No ayuda, precisamente, a la resolución del contencioso la incomprensible atonía gubernamental con la Casa Blanca, que ni siquiera ha mantenido la tradicional llamada de cortesía a La Moncloa, ni, por supuesto, la descoordinación, cercana al vodevil, entre Exteriores y Defensa, en otro episodio rocambolesco del caso Ghali, que sólo puede dar munición a Rabat.

Es imperativo, porque mantener una buena relación con Marruecos es prioritario para nuestros intereses, reconducir las relaciones con Washington, el padrino de Rabat y quien, realmente, ha forzado el cambio de estatus, y abrir, desde la máxima claridad, conversaciones con el vecino del sur, con la confianza de que España tiene el respaldo expreso de sus socios en la Unión Europea. Pero, también, prepararse para los próximos movimientos marroquíes, a quienes el retorno de Ghali no calmará.