Cataluña

Desde la racionalidad

Los indultos a los políticos condenados por el «procés» suponen una nueva brecha en la sociedad española. Cuando Puigdemont inició el camino a Waterloo agitando el germen del nacionalismo radical en Cataluña abrió otra que parece imposible de cerrar ahora. Lamentablemente, quizás desde mediados de los noventa tras los fastos de Barcelona’92 y la consecuente crisis económica que vino un año después, la agitación contra el resto del país por parte de los distintos gobiernos de la Generalitat alimentó un monstruo que se descontroló en 2012 y que nos ha llevado al precipicio sobre cuyo filo Sánchez hace equilibrios.

Aquello de «Madrid nos roba» no consiguió únicamente polarizar a los catalanes, que tuvieron que elegir entre dos bandos, también sembró una semilla de odio que cristalizó en una situación de extremos que ha nutrido la aparición de populismos a izquierda y derecha del espectro ideológico. Con esta nueva vuelta de tuerca, con este perdón para tender puentes, Sánchez dinamita aún más no sólo la poca confianza de los españoles en su Gobierno, sino en la propia esencia de la Justicia al quedar en agua de borrajas una sentencia condenatoria. Merecería la pena que por una vez Pedro Sánchez entendiera que debe mirar más allá de sus intereses y que dinamitará el frágil consenso actual en las instituciones si finalmente deja en la calle a quienes urdieron y proclamaron unilateralmente la declaración de una república independiente, rompiendo de ese modo todos los puentes de diálogo que los españoles nos dimos en 1978 con la Constitución.

Más de 40 años de verdadera prosperidad inédita en la trayectoria de nuestro país que vuelve a estar en peligro precisamente de la mano de quienes tienen el deber y la obligación de defenderla.