Política

Poncio Iván

El problema no es Iván Redondo, sino nosotros, que compramos su barata mercancía de tahúr callejero

Apenas le quedaba cabello, pero los implantes han proporcionado una segunda oportunidad a muchos pelones. Me refiero a que, después de descalabrar electoralmente a Monago, del PP de Extremadura, Iván Redondo se ha hecho valido de Don Pedro Sánchez. Su más profunda convicción moral es que las emociones rigen la política. Así que su especialidad laboral es el teatro, el del mundo. ¿Qué ha hecho para enjugar el disgusto por los indultos? Un colchón lenitivo que incluye eliminar las mascarillas, anunciar los dineros europeos para la crisis, bajar la luz y aprovechar la Eurocopa. Son las cosas que nos ocupan en el chou chou callejero: el fin de la epidemia y un verano apetecible, cierto alivio en el agobio económico y el fútbol. ¿Quién dijo indultos?

Graciano Palomo ha repasado en «El manipulador de emociones» (ed. La Esfera) las aportaciones de Redondo a la legislatura y le sale un pensil florido. Al visir le debe le debemos las gafas de aviador en el Falcon, qué guapo, el presidente. La apisonadora para destrozar armas de ETA, qué valiente, el presidente. El pasillo de ministros aplaudiendo tras el regreso de Bruselas, qué amado, el presidente. El acto del Liceo para anunciar los indultos, qué compasivo, el presidente. El desentierro de Franco del Valle de los Caídos, qué progresista, el presidente.

En realidad el problema no es Iván Redondo, sino nosotros, que compramos su barata mercancía de tahúr callejero. Esta forma nuestra de votar que no se fundamenta en la experiencia (el cole de los niños, el trabajo de Cáritas con la gente que conocemos, los parientes y amigos que tenemos en Cataluña o el País Vasco, nuestro amor a Gaudí o Chillida, las necesidades de nuestras familias), sino en impresiones. Redondo navega en nuestra estulticia. Un corte de pelo (o un implante) cambian nuestra opinión. De una conferencia dictada cuando ya era todopoderoso brazo armado de Sánchez queda la pregunta que planteó al auditorio: «¿Que es más importante, la verdad o sentir la verdad?». La respuesta es la misma que se dio Poncio Pilatos. Es mucho más importante dar gusto a los fariseos y seguridad al César.