Pedro Sánchez
Sanchistas por el mundo
Notas del 2 de septiembre. El mejor es Iceta. Su ministerio gastará un millón de euros en mandar al extranjero a cien escritores con 10.000 euros durante dos meses. A esto lo llamaremos en adelante ‘Sanchistas por el mundo’. Me sé un cabaret en París, una barra en Tel Aviv, un desierto en Namibia, una ola de Ciudad del Cabo, un lago truchero en el Monte Kenia, un karaoke en Bakú y una gasolinera en Sheki en plena ruta de la seda con un váter con unas arañas como pastores alemanes, aunque el gasolinero es un tuerto que, si le das conversación, te cuenta historias sobre camellos y saca vodka de beber, de manera que paras a poner gasolina y terminas agarrando una pajarraca de padre y señor mío.
El Gobierno pretende el crecimiento artístico y personal del escritor; se espera que crezcan por la parte del abdomen. Yo en el extranjero con 10.000 euros en el bolsillo no te escribo ni una sola línea y, al fin y al cabo, después de dar la vuelta al mundo, un mal escritor solo es un mal escritor viajado. Yo mismo navegué hasta el islote del Dead Chest en el Canal de Drake y canté “Quince hombre sobre el Cofre del muerto”. Después, me enteré de que Stevenson escribió ‘La Isla del tesoro’ sin pasar por allí. Si no se te ocurre una buena novela en Coslada, tampoco te va a salir en un café de Estambul.
Inventarse el mundo es la mejor manera de retratarlo con fidelidad. Cuando una novela se parece mucho a la realidad, siempre termina pareciendo mentira, por eso a los escritores no hay que mandarlos a viajar: hay que ponerlos a acariciar mapas. Alcántara escribió que para haber visto todo basta con mirar desde un balcón la luna y, a estas alturas puedo confirmar que, de cerca, todos los hombres son el mismo.
Pocas cosas hay más lacerantes que un españolito fuera de casa. Mete un ruido horroroso y va por el mundo comparando lo suyo con lo de por ahí sin término medio, así que siempre termina por caer en una superioridad o en una inferioridad que resultan tan insoportables la una como la otra. Y los precios, qué, se dice, y los bares cerrados a las diez de la noche, la tortilla de patatas que es un ladrillo y y a cada poco se le escucha preguntar cómo se atreven a llamar a eso paella. Ya los veo regresando a casa después del gubernamental viaje y diciéndose al aterrizar en España: “Como en el sanchismo, no se vive en ninguna parte”.
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