Cataluña

Hacer la independencia

La presión del sector más intransigente del soberanismo trata de evitar cualquier acuerdo

El independentismo apostó todo su capital al referéndum del 1 de octubre de 2017 y perdió (otra vez). Su pertinaz tendencia al fracaso ha escrito episodios memorables, que han llevado a sus seguidores a la frustración y la melancolía, pero no al abandono de la causa. Después de la desgraciada jornada del 1-0, quienes organizaron aquella kermés –nada heroica, al contrario que la de la famosa película–proclamaron la independencia durante diez segundos y después se tomaron el fin de semana libre.

Casi cuatro años después, la Diada ha sido el prólogo del siguiente acto, en el que se pretende resucitar la mesa de negociación entre el Gobierno central y la Generalitat. El presidente catalán y sus compañeros de Esquerra han notado en su cogote el aliento inamistoso de los sectores más radicales del independentismo, que acusan a Pere Aragonès, a Gabriel Rufián e incluso a Oriol Junqueras (después de pasar por la cárcel) de traidores. Fueron algunos de estos líderes de ERC quienes popularizaron ese insulto durante el procés para acusar a Puigdemont de no mostrar el suficiente arrojo suicida frente al Estado opresor. Ahora son los más vigorosos seguidores del prófugo quienes se desquitan.

El independentismo se debate en este tiempo entre quienes consideran necesaria una gestión política contenida, que incluya la negociación y el pacto ocasional con Pedro Sánchez, y aquellos que solo creen en la efectividad de aplicar al movimiento soberanista eso que Trotsky llamó «la revolución permanente».

La fortaleza del independentismo es una realidad. Podrá menguar o engordar coyunturalmente pero, con mayor o menor volumen, no va a desaparecer y, como consecuencia, no se puede ignorar. De la misma manera, la Cataluña españolista podrá ser más o menos visible, dependiendo de las circunstancias, pero existe y existirá.

Conjugar ambas posiciones se ha demostrado inviable, de momento, y la presión del sector más intransigente del soberanismo trata de evitar cualquier acuerdo, aunque solo sea parcial. Elisenda Paluzie, líder de la Asamblea Nacional Catalana, retó a Aragonès a que «haga la independencia», pero no le dijo cómo se hace eso. Y ese es su problema, que no saben cómo se hace.