País Vasco

El embudo nacionalista

Ni se le ocurra a usted, gobierno central, tocar una sola de mis competencias, pero prohíba que Madrid ejerza las suyas para bajar los impuestos

No está confirmado que –según define la Real Academia Española el verbo conmover– se haya producido un «deseo de llorar» ante la emoción provocada al escuchar a un líder nacionalista pedir que se armonicen en algo las comunidades autónomas. Sin embargo, es cierto que se trata de un hecho singular, porque lo común es que quienes promueven la centrifugación de competencias –en el intento de disolver el país– exijan, de repente, que el Gobierno de la nación fuerce un movimiento centrípeto para evitar que otro haga de su capa un sayo con aquellas políticas cuya gestión les es propia. Ejemplo: cuando el lendakari se queja de que el gobierno autonómico madrileño baje los impuestos en el margen asignado a las comunidades.

Es interesante el debate sobre si, ante determinadas coyunturas, es mejor subir impuestos o bajarlos. Pero no es este el asunto planteado por Íñigo Urkullu cuando acusa a Madrid de «dumping fiscal». El nacionalismo vasco se ha entregado con pasión a la misma tarea que los independentistas catalanes o los socialistas valencianos: la de impedir que Madrid se consolide como un ejemplo de prosperidad y que eso ocurra bajando impuestos, al contrario de lo que se hace en otras regiones. La corrección política no dispone que bajar impuestos sea una mala opción, dispone que ni siquiera puede ser una opción.

Asistimos, sí, a un conmovedor evento en el que ERC, Junts o PNV, tan celosos de sus competencias, exigen uniformidad fiscal española, de la que los independentistas –que para esto sí son españolistas– se ofrecen como garantes. Ni se le ocurra a usted, gobierno central, tocar una sola de mis competencias, pero prohíba que Madrid ejerza las suyas para bajar los impuestos.

El tiempo dirá si la nueva rebaja fiscal anunciada por la presidenta de la Comunidad de Madrid promueve el crecimiento económico y la creación de empleo o si, por el contrario, deja a la región sin servicios públicos de calidad. Lo que sí se ha demostrado, una vez más, es lo mucho que gusta al nacionalismo la ley del embudo: lo ancho para mí, lo estrecho para los demás.